COLUMNISTAS
excesos

Demasiado equipaje

Odio hacer valijas, lo odio. Lo único malo de ese odio (además de que odiar es muy feo, ya se sabe) es que las hago estupendamente bien de modo que siempre me toca la tarea.

|

Odio hacer valijas, lo odio. Lo único malo de ese odio (además de que odiar es muy feo, ya se sabe) es que las hago estupendamente bien de modo que siempre me toca la tarea. Odio elegir: ¿la blusa amarilla o la remera amarilla? Pantalón blanco, sí, pero entonces también los zapatos blancos. Crema para después del baño, crema para las manos, crema para esto y para lo de más allá y siempre me olvido de alguna. El despertador porque no me gustan los de los hoteles. La cartera blanca además de la de seda para la plata debajo de la ropa. Y si es invierno, ni hablemos: sweaters y cardigans y sacos y lanas y abrigos, ufff. Sí, pero la valija significa un viaje. ¿Para qué viajar?, se preguntaba el autor de Paradiso. ¿Por qué no viajar?, se preguntaba el autor de Un mundo feliz. Yo he viajado mucho, demasiado. Basta. No quiero más. Hay cosas que no veré nunca: la Gran Muralla, por ejemplo. Pero, ¿me importa mucho la Gran Muralla china? Me parece que no. Los templos en las selvas de la India y en las montañas de Japón. El Taj Mahal. La isla de Pascua. Abu Simbel. Petra. No, nada de todo eso me llama, a nada de todo eso oigo. Petra, sí… creo que me gustaría. Pero no voy a mover un dedo para ir a Petra. Con lo que concluyo que estoy tan de acuerdo con Lezama Lima como con Huxley. Viajar a muchos lugares hasta que todos se convierten en uno solo. Un viaje. Un viaje en el que llevo demasiado equipaje; un viaje en el que no dejo nada en casa. Hasta las sartenes me llevo. Y los libros, claro. Y allá compro todo lo que puedo. Regalos. Pilchas. Sartenes no. Pero libros sí. Y, lo que es peor, souvenirs “típicos” que terminan en el fondo de un cajón o como juguete de mis nietos chiquitos. Sea como fuere, llego al aeropuerto temblando: voy a tener que pagar exceso de equipaje y es carísimo y no sé si me alcanza la plata y los libros no los dejo, no, señor. Al final no tengo que pagar exceso de equipaje porque puse todos los libros que pude en el bolso de mano. Y me voy. O mejor dicho, vuelvo. Huxley y Lezama se vuelven conmigo. Nos divertimos, muchacha, ¿eh? Sí, les digo, nos divertimos una barbaridad.