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¡PLAGA NATIVA! BOCA DORMIDO POR UN JUNIOR, RESIGNADO A QUE DECIDAN POR EL

Depender de otros

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Muecas. Wilmar Barrios y el técnico Guillermo Barros Schelotto, en una de las postales que dejó el empate por la Libertadores entre Boca y Junior, en Barranquilla. | AFP

“Cuando el desarrollo del capital de un país se convierte en un subproducto de las actividades de un casino, es probable que el trabajo se haya hecho mal”

John Maynard Keynes (1883-1946); de su ‘Teoría general del empleo, del interés y la moneda’ (1936).

Boca se jugaba la clasificación con un Junior y, para honrar aún más lo simbólico, puso en cancha un equipo adolescente, de buen lejos. El escudo, las estrellas, amarillo rabioso en la vestimenta, una celebridad que triunfó en Europa, futuros mundialistas, un técnico de pasado ilustre. Sin embargo, de cerca, el chico se mostró torpe. Sus movimientos fueron inseguros, se le aflautaba la voz, calculaba mal y chocaba, no se animaba, tenía temor. La pifiaba, como Rossi en su área chica, pobre, esta vez salvado por efecto raro de la pelota.
Es la edad del pavo. Nada grave, si no fuera porque el equipo compite en un mundo adulto, despiadado, por mucho dinero y a pura exigencia. Nadie perdona nada en ese terreno.
Estos dos largos años manejando a piacere el ámbito local, lejos están de colmar el deseo de trascendencia de la alegre muchachada de Defensores de Macri. Ellos quieren ser parte, llevar sus mejores sueños lejos del país, colocarlos en el Olimpo, el lugar secreto de los más grandes. Lo han hecho a fines de  los 90, y buscan repetir.
Perder en Barranquilla era una tragedia y ganar, la gloria. Empataron, lo que no es ni una cosa, ni la otra. Un resultado soso, de una medianía impropia por todo lo que estaba en juego. Los deja vivos, sí, pero ya sin depender de ellos mismos, una situación que en el fútbol, a priori, se vive como una catástrofe.
En la interna, casi siempre más cruel que la crítica rival, primero estalló un ex, Luciano Acosta, una gran promesa no consumada jamás, hoy haciendo lo suyo en Washington. “¡Qué pocas ganas de jugar en el mejor equipo del mundo! ¡Qué pocos se dan cuenta dónde están! (y a esos pocos son los que echan)”, escribió en su Twitter, sangrando por la herida, antes de pedir perdón, esa manía mata-valientes.
Después fue Gago, que le puso un inocente like al comentario de un tal ‘Bostero’: “Increíble Guillermo en buscar el empate, eran malísimos los colombianos, estaba para ganarlo”. En un santiamén, el dedito hacia arriba y el comentario desaparecieron del ciberespacio. ¡Perdón, perdón, que grandes son…!  
Es muy feo no depender de uno mismo. Lo saben los Mellizos, lo sabe Angel Easy, lo que queda de Carlos Tevez; El Enganche Melancólico, que solo declara cuando le sobra sal para posibles heridas; y lo sabe todo el plantel bebedor de deuda: Toto Kaput, Arnold Sturzenegger, Marcos Peña de su suegra y el Chocoarroz Dujovne.  
Todo tiene un final, todo termina, cantaba Ricardo Soulé en Vox Dei hace casi medio siglo, y vaya si tenía razón. “Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”, dijo con infinita candidez Juan Carlos Pugliese, ministro de Economía de Alfonsín, en medio de la gravísima crisis de 1989. El corazón, o la sensibilidad poética, no son el fuerte del Mercado. Lo fusilaron al amanecer, simbólicamente claro, y después a todos.
 Cuando aparece una renta superior, ellos ejecutan, levantan sus petates, se van, y a llorar al campito. Te borran, te dejan afuera; como los de Juniors si logran copiarle el resultado a Boca. La imparable suba del dólar y el cohete top 40 a la Luna en el que Arnold colocó a la tasa de las Lebacs, no han detenido la fuga de esos verdes infieles, que parecían tan nuestros, pero no. Huyen, seducidos por las tasas de Trump y su dólar tuneado. Así son las cosas. Eso le pasa a Boca, un punto abajo. Como el país, ya no depende de sí mismo. Y vaya si duele.
Defensores de Macri deberá conformarse con ser doble rey de un país que, en el fondo, los asfixia, los niega en su proyecto de incluirse en el universo del Poder Mundial. Habrá fiesta si hay campeonato, no importa lo que pase en la Copa. Parece una contradicción, pero no. La celebración tiene como único objetivo acordarse del rival, River, la otra cara de la misma moneda, ese odio de pasión profunda, de amor inconcebible.
 Maradona funcionaba así. Cuando ganaba, su primera palabra era para herir al enemigo. Así alimentaba su pensamiento binario dividido en dos partes iguales, como la cancha: nosotros y ellos. Un país no elige en vano a sus mitos para amar u odiar en vida. Hablar de Maradona, nos guste o no, es hablar de nosotros. Hablar de Me-ssi, es solo fútbol, una copa deseada, la virtud de un pibito genial, tan nuestro y tan lejano.
Boca pasará de fase, supongo. Sería lo lógico; lo que necesita un torneo internacional que, antes que nada, es un negocio importante. Hay mucho en juego, también la gloria deportiva, como llaman graciosamente a casi cualquier cosa. “La copa es la copa”, dicen, circularmente, y eso significa que se juega con todo lo que hay y lo que se puede sumar, lo de adentro y lo de afuera. Parando en todas, como en política.
Racing se clasificó jugando bien, pero la clase media futbolera ya no ocupa tanto espacio en los medios. Lo mismo pasa con el Independiente de Holan, con más centimil por el escándalo con menores, y San Lorenzo, hibernando todavía, después del baile ensoñado. Hasta River, el otro gigante, perdió centimil por su eficiencia sin brillo, desarrollada post copa superclásica, con el aporte de dos gorditos en recuperación, el oso Pratto y el culoncito Juanfer Quinteros. Y Armani, por cierto, tan elogiado por unanimidad que, si no va a al Mundial de Rusia bien podría ser un candidato a cualquier cosa en 2019.
¿Exagero? Tal vez. Pero esto es Argentina. El país donde todo dura poco, lo bueno y lo malo.
Donde cualquier cosa loca puede pasar y pasa, no una, sino dos, tres veces; donde cualquiera dice cualquier cosa gratis, hasta que es demasiado tarde para cuantificar los daños.
Un país raro, como la vida. O más. 

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