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Luchas historicas

Derechos y culpas en Gaza

Todos decimos que la guerra es mala, salvo cuando se trata de nuestra propia guerra: en ese caso hablamos de nuestros derechos y los postulamos como claramente superiores a los que se adjudique nuestro adversario.

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Todos decimos que la guerra es mala, salvo cuando se trata de nuestra propia guerra: en ese caso hablamos de nuestros derechos y los postulamos como claramente superiores a los que se adjudique nuestro adversario.
La opinión pública mundial deplora el ataque israelí contra Gaza, porque impone destrucción y muerte. Los israelíes proclaman su derecho a existir (negado por muchos de sus adversarios), y a defenderse de los cohetes que se disparan desde Gaza. Los palestinos sostienen su propio derecho a un Estado independiente y afirman que están defendiéndose de una agresión perpetrada a mediados del siglo XX, cuando sus abuelos fueron expulsados de sus tierras para dar lugar al nuevo Estado de Israel. Los israelíes recuerdan la votación de la ONU y fundan su derecho en que, víctimas de largas persecuciones que culminaron con la Shoá de los nazis, permanecieron durante 2 mil años unidos como pueblo y finalmente recuperaron el que había sido su territorio. Los árabes, por su parte, señalan que no fueron ellos quienes persiguieron a los judíos, sino los mismos occidentales que más tarde, acaso aquejados por la culpa, alentaron la formación del Estado de Israel en tierras que no les pertenecían: se hallaban bajo su administración desde el fin de la guerra de 1914-1918.
Los judíos detestan el racismo que los persigue y los árabes afirman que su propia exclusión es consecuencia de un contrarracismo sionista. Los pueblos de Occidente saben, pero prefieren no recordar, que la persecución antisemita no fue obra de un loco de bigote estrecho sino el fruto de un sentimiento históricamente extendido, en casi toda Europa y también en toda América, donde muchos países –incluido el nuestro– habían restringido o prohibido el ingreso de judíos precisamente cuando Auschwitz estaba funcionando.
No pretendo diluir culpas ni defender a alguna de las partes, cosa que ellas mismas hacen mejor que yo. Propongo que pongamos en claro nuestro pensamiento al identificar una tragedia en el continuo de las tragedias, al señalar una causa en el mar de las condiciones causales y al sostener la prioridad de un derecho sin considerar eventuales derechos alternativos.
¿Tienen culpa los israelíes, que ansían dentro de su territorio una seguridad con identidad judía que impone excluir a los árabes? ¿Los palestinos, que quieren su propia tierra y pretenden expulsar a los judíos? ¿Los europeos, que organizaron o consintieron todas las persecuciones? ¿Los musulmanes, que ocuparon el Santo Sepulcro? ¿Acaso los romanos, que –para garantizar la seguridad de su periferia– acabaron con la autonomía israelita? Si seguimos hacia atrás, ¿tal vez alguna horda neolítica sentó las bases para las disputas futuras?
Tengamos cuidado al responder, porque cuando señalamos culpables atribuimos implícitamente “derechos” a los que consideramos inocentes. Señalar culpables depende a menudo de emociones poco racionales: la escala temporal y los derechos que estemos dispuestos a sostener en un conflicto podrían ser contradictorios con los argumentos que empleamos para un conflicto distinto. Recordemos, por ejemplo, la compra de Manhattan, la ocupación de Malvinas, la Conquista del Desierto, la creación del Uruguay, la tiranía de los aztecas, el origen de los conflictos yugoslavos, la cesión de Hong Kong, el desmembramiento de México y la eterna peregrinación de los gitanos.
Pactar la paz es un problema militar. Apoyarla con algo de justicia es un problema político. Pero el concepto de justicia naufraga en argumentos contradictorios, intereses, simpatías mal disfrazadas y usos emotivos y hasta mágicos del lenguaje. Este es un problema filosófico: mientras no se lo tome en serio, nuestras opiniones tendrán la furia de los puñetazos de un boxeador antes que la serena precisión de un relojero. Si eso nos satisface, será mejor que dejemos de hablar de derechos, culpas y obligaciones para asumir nuestra más descarnada subjetividad.


*Director de la maestría en Filosofía del Derecho de la UBA
y juez de la Nación.

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