COLUMNISTAS

Destituyentes

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Tras la catarsis, revelaciones. Así las cosas, la gente que gobierna puede seguir metabolizando puebladas masivas y pacíficas sin inmutarse. Una espesa, aparentemente irrompible, capa aislante ha pulverizado los sensores que requiere todo gobierno. Esos centenares de miles no existen para el discurso gubernamental. Enseña el maestro Nicolas Maduro: son “burguesitos”.

Descaro tenebroso. En la noche del jueves se constató en las calles un inconfundible clima de pueblo. Dañados pero muy confiados en sí mismos, los que gobiernan sesionaban en el Congreso para terminar de entregarle a Cristina las llaves de la Justicia. El blindaje de la tropa es total. Parecen los apparatchiki de la nomenklatura del Este europeo al final de su imperio. En esos tardíos años ochenta, las esclerosadas oligarquías de Moscú, Berlín, Praga y Varsovia habían perdido la capacidad de detectar el aire del tiempo. Antenas rotas, ojos cerrados, oídos bloqueados. Lo ha dicho con acertadas palabras Carlos Pagni: hoy el Gobierno padece ostensiblemente de “un déficit de sensibilidad frente al humor social”. Esta grave afección es muy visible en la jefa del grupo gobernante: ella no puede parar de hablar de sí misma, en todo momento, y en toda ocasión. Delirio autorreferencial, parece abroquelada en la idea de que lo que le sucede, o conjetura, es lo decisivo.

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Pero ella y el Gobierno tienen mucho oxígeno todavía. Las millares de personas que ocuparon calles y avenidas el 18A carecen de conducción y esqueleto organizativo. Conmueve pero desespera esta fotografía del desamparo. Esa muchedumbre sale por sus medios. Nadie la transporta ni la alimenta. Son criaturas de las redes sociales. Mientras el grupo gobernante sigue derramando un platal en “medios” que nadie lee, escucha ni ve, los del 18A salieron, como en las dos ocasiones anteriores, con lo puesto, cartelitos manuscritos, ollas y banderas argentinas. Sienten una ira contenida y articulada, no queman neumáticos ni rompen vidrieras. Excepto una minoría, casi todos reclaman opciones electorales para octubre, no sólo para 2015.

De cualquier manera, asombra la pétrea postura oficial. Desde el Canal 7 (que medios independientes, pero candorosamente bien pensantes, insisten en llamar “Televisión Pública”) se calificó a los manifestantes del jueves 18, de “horda”. Nunca tan feliz el hallazgo. El 17 de octubre de 1945 tuvo entre muchas de sus repercusiones inmediatas, una legendaria. Opositores a Perón dijeron que los descamisados del 17 de octubre eran un “aluvión zoológico”. Ese antiperonismo visceral y ciego de 1945 reaparece, como estructura del pensamiento y antecedente del dogmatismo ensoberbecido del grupo hoy gobernante que condena al atraso a la Argentina.

El objetivo de procurar la suma del poder público por parte del kirchnerismo no es de ahora, ni de hace pocos años, como dicen creer quienes aseguran que todo empezó a andar mal recién en 2008. Hace ya nueve años, el 15 de agosto de 2004, en una columna en Diario Popular titulada “Extrema concentración del poder”, escribí: “El kirchnerismo sabe que el de ellos es un gobierno de extrema concentración del poder y así lo reivindican, hasta con fruición. (…) De delegar no se habla. Kirchner, para mal y para bien, es un desconfiado estructural”. Hace ocho años, el 10 de abril de 2005, en otra columna mía en el mismo diario, titulada “La suma del poder”, dije: “De nuevo, los justicialismos han ocupado la escena con sus complejos y densos rituales de guerra. En esencia la doctrina es la misma de siempre: el ‘movimiento’ es el país y sus diferentes encarnaciones procuran la suma del poder. (…) Suma del poder, entonces, y ya mismo, si fuera posible: ese es el programa estratégico del oficialismo, sistema de poder que tiene razones para querer dotarse de propios recursos, pero que, al hacerlo, inexorablemente se precipita en feroz batalla por posesiones terrenales para la que no hay cuartel ni tregua”.

Las fuerzas opositoras son dueñas de su realidad. En las elecciones legislativas del 28 de junio de 2009, el Gobierno fue derrotado. Con el entonces diputado Néstor Kirchner y el gobernador Daniel Scioli a la cabeza de una lista “testimonial”, el oficialismo perdió en la provincia de Buenos Aires a manos de un combinado peronista-macrista, que sacó el 34,68% contra el 32.14% de la Casa Rosada. El oficialismo perdió el quórum propio en el Congreso. En las cámaras su mayoría se hizo difícil. Pero no imposible.      

El 17 de septiembre de ese mismo año, el kirchnerismo consiguió promulgar la Ley de Medios con grotesca complicidad opositora. Sobre 257 diputados, se ausentaron 104. De esos 153 presentes, 147 votaron la Ley de Medios, pero sólo 102 eran kirchneristas (18 se ausentaron). Entre los 45 que votaron con el Gobierno hubo nueve del ARI, cuatro del “cobismo” residual, diez socialistas (incluyendo Roy Cortina y Monica Fein), un radical, cuatro del hoy sabatellista Encuentro Popular (incluyendo a Vilma Ibarra y Victoria Donda), Claudio Lozano, Eduardo Lorenzo Borocotó, Francisco Delich y Mabel Muller. Ausencias destacadas: Graciela Camaño, Patricia Bullrich, Adrián Pérez, Federico Pinedo, Oscar Aguad, Silvana Giudici, Francisco de Narváez, Juan José Alvarez. Hubo sólo cinco votos negativos: el radical santacruceño Alfredo Martínez, la socialista cordobesa Laura Sesma y los neuquinos Hugo Acuña, José R. Brillo y Alicia Comelli. Cinco sobre 257 se animaron a votar en contra de un gobierno que venía de ser derrotado en las urnas. ¿Cambió mucho desde 2009?

 

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