COLUMNISTAS
el arte de la charla

Dialogar

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Le oí decir al nuevo Papa (sobre él hablaremos en otra oportunidad: todo el mundo tiene algo que decir y yo también) que el diálogo es necesario. Completamente de acuerdo. ¿A usted no le gusta dialogar? A mí me fascina: sentarse con alguien a la mesa del café a decir algo, oír al otro, refutarlo, quitarle la palabra, dejarlo que hable, meterle con otra parte del argumento que usted estaba usando o usar el de él o ella para demostrarle que una tiene razón y ella o él no de ninguna manera habráse visto etcétera. Eso es vida, querida señora. Porque si usted se mantiene en sus trece y no habla con nadie y no confronta sus ideas con nadie, está frita, créame. No vale quedarse enfurruñada en casa, cruzarse de brazos y mascullar a mí no me convence nadie, porque con eso nada cambia, ni en usted misma ni en el mundo. Ah, sí, no me diga, ya sé, usted me va a sostener que es una macana eso de que porque una se va al café a charlar con alguien, el mundo cambia. Y, sí, por supuesto que cambia. ¿Se acuerda de la Madre Teresa de Calcuta cuando decía  “sí, lo que hacemos es una gota en el mar pero si no lo hiciéramos esa gota faltaría en el mar”?. Y las gotas, apreciado señor, son las que forman el mar. Una no sabe qué es el mundo, no puede mirarlo, abarcarlo enterito cuando a la mañana abre los ojos y ve que ya amaneció. Para mirarlo y verlo de a poquito, que es todo lo que nos permiten nuestros ojos y nuestro cerebro, hay que pensar mucho, vivir mucho, leer mucho, dialogar mucho. Y esas cosas son gotas en el mar. Después, claro, hay gente que hace, dice, escribe, forma, descubre cosas extraordinarias a raíz de las cuales sí, una abre los ojos a la mañana y ve que el mundo ha cambiado, pero eso pertenece al terreno de los genios como por ejemplo Galileo o Picasso o Rosalyn Franklin o Aristóteles o Lola Mora o Shakespeare o Juana de Arco. Nosotras, querida señora, nosotras las de a pie, cambiamos  el mundo con un par de gotas apenas agregadas el mar del universo que habitamos. Un cambio chiquito, sin pretensiones, un ir y venir de opiniones en una tarde de sol. Pero a veces hasta somos conscientes de que lo hacemos porque sentimos que hemos agregado algo al horizonte que vemos todos los días. ¿Y eso por qué? Porque alguien que no piensa como usted o como yo, se sentó a dialogar con nosotras y agregó una nueva mirada al paisaje de abrir los ojos a la mañana. Ah, caramba, sí, sigo convencida de lo que decía ayer en el café pero esa conversación me hizo ver que hay otra forma de ver esas mismas cosas. Claro que para eso hay que tener voluntad de diálogo; hay que tirar la armadura, el peto y la cimera y ponerse porosa. Porosa, dije. Dejar que lo que dice el otro o la otra nos entre por los oídos y por los ojos y por las circunvoluciones que hacen acá adentro de la caja craneana aquellas famosas pequeñas células grises. Y cuando no hay voluntad de diálogo, sonamos. Es el mundo el que se vuelve pétreo cuando el otro o la otra recurre al insulto o a la burla. Suele suceder, qué lástima.