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desgracias

Difícil esperanza

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A riesgo de parecer autorreferente, le cuento algo que me pasó hace un par de días. En un acto académico de esos que se abren cantando el Himno Nacional, sentí que me pasaba algo muy raro, algo que se asentaba aquí, en la garganta, a la altura del esternón, en el alma. Cuando llegamos a ya su trono dignísimo abrieron, la cosa se agravó y pensé que me iba a desmayar. Y siguió con lo de y los libres del mundo, y al llegar a o juremos con gloria morir, supe finalmente que no me iba a desmayar y que eso era orgullo, un orgullo que llevaba guardado hacía años de años y que afloraba porque lo añoraba desesperadamente y sabía que ya no significaba nada para nadie. Debemos ser el único país del mundo que caminaba hacia los libres del mundo, a morir con gloria si no se puede vivir con honor y con el orgullo de ser cabales, honestos, cultos, sólidamente democráticos, y que cayó hasta ser este boliche desprolijo, turbio y desesperanzado que es hoy. Ha muerto ya aquella cultura del trabajo, el esfuerzo y el estudio que yo conocí, eso que se enseñaba en hogares de criollos y de inmigrantes, en la escuela pública que junto con la gramática y los teoremas nos decía que había que respetar a los ancianos, cumplir con el deber que habíamos elegido, cuidar la ciudad, los árboles, los libros y a nuestros semejantes. Tenga en cuenta, señora, señor, que yo tengo más de 80 años y que he contemplado muchas cosas. Yo vi a mi padre, revólver en mano, salir de casa diciendo hay que defender al Peludo. No entendí nada, pero lo vi y supe después que algo muy fulero pasaba y hubo años de discusiones y reuniones en mi casa y en algo que se llamaba el partido. Y más tarde, a medida que pasaba el tiempo, supe, comprendí y sufrí y hasta puse mi granito de arena en palabras y en papeles. Y llegó Perón y peleábamos en la facultad, y pasó el tiempo y el destino (¿el destino?) nos castigó con los milicos asesinos y con la esperanza puesta en Alfonsín y los tuvimos a Menem y a los Kirchner, y sentimos que ya más es imposible. Y Sarmiento que dijo hay que educar al soberano y Saénz Peña que advirtió sepa el pueblo votar se revuelven en sus tumbas. ¿Y ahora? ¿Qué otra desgracia se nos va a venir encima? ¿No tendrán mis nietos ocasión de sentir eso que revivió en mí hace unos días?
Dígame que sí, por favor, querida señora, dígame estimado señor que hay esperanza y yo voy a tratar de creerle.