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Dimensión del misterio

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El país pasa una etapa terrible. Terrible es el sacrificio de sangre del fiscal Nisman, y así lo ha entendido la sociedad argentina. Terrible es que el atentado a la AMIA no haya sido esclarecido, pasados nada menos que 21 años. Terrible es que nuestra clase política posterior a Alfonsín sólo se mueva por ansia de poder y de dinero, dispuesta a vender o comprar todo (léase YPF o Ciccone) y a buscar el dominio de la prensa y de la Justicia... y de todo cuanto se pueda.

El atentado a la AMIA es mucho más grave –si acaso cupiera hacer comparaciones entre hechos aberrantes– que el que sufrió el semanario francés Charlie Hebdo, que conmovió no solamente a Francia, sino a toda Europa (y a todo el mundo islámico, pero éste es otro tema).

En el atentado a la AMIA, la Justicia argentina había llegado a la conclusión de que había sido provocado por Irán. Y había obrado en consecuencia, acusando internacionalmente a dicho país y a las cinco personas que entendía eran los principales responsables, para los cuales Interpol dio orden internacional de prisión.

Investigar un atentado de esa magnitud interesa a todas las potencias del mundo, y por eso diversos servicios de informaciones extranjeros ofrecieron material al respecto, que era correcto tener en cuenta, convenientemente chequeado. Esto lo hizo y lo declaró el fiscal Nisman. Y a partir de todos los elementos reunidos, el doctor Kirchner acusó en las Naciones Unidas a Irán y exigió respuestas. Actuación irreprochable.

Pero años después, el Gobierno, tanto por voz de la Presidenta como por las acciones del ministro de Relaciones Exteriores, cambió de opinión, y se intentó y se firmó un acuerdo con Irán en procura –se dijo– de aclarar el asunto. El objetivo manifestado incluso por la Presidenta en el Congreso era hacer avanzar la causa sobre la base de interrogar judicialmente a los acusados. Esto, por las leyes de Irán, debería hacerse, de concretarse, en Irán. Y hubo acuerdo. Lo que no hubo fueron interrogatorios.

Aquí surge la nueva intervención del fiscal Nisman, que afirmó que el acuerdo buscaba inocentar a los antes acusados, mediante el recurso de “inventar” o plantar una nueva pista (falsa). Y acusó a la Presidenta y a su ministro por ser los artífices de la maniobra, que se hacía a costa de la Justicia para las 85 víctimas.

El acuerdo con Irán firmado por Timerman es la clave de todo; puede decirse, si se piensa bien, que es absolutamente ingenuo; y si se piensa mejor, que es una estupidez y una canallada que disimula (mal) segundas intenciones. Querer indagar judicialmente a cinco prohombres del régimen cerrado y autoritario de Irán, en su propio territorio, para acusarlos de un crimen terrible significaría un hecho político –y propagandístico– inaceptable para un país en conflicto grave con los EE.UU. y la Unión Europea. Más allá de los nombres, que Nisman tenía, y de la petite histoire, que se está haciendo pública a partir de los archivos del fiscal, la cosa está clara: el Gobierno, la Presidenta, buscó un acuerdo con Irán que pasase por arriba del atentado, buscando algún tipo de concertación. Lo grave es que, si la Argentina había acusado a Irán del atentado, responsabilizando a cinco de sus funcionarios, no puede alegremente “olvidarse” del hecho terrible de sangre y dolor y decir que ahora estamos en buenas relaciones y que ellos van a cooperar para nuestra acusación.

No tenemos todos los detalles, pero sí sabemos cuál es el fondo de la cuestión: que se “olvidó” la gravedad del atentado para poder tener conversaciones con Irán. No es de sorprender que Irán no haya colaborado, dado que no sacó las ventajas que habrá imaginado, pero no es cuestión de que nosotros no comprendamos la irresponsable maniobra, que toca el delito, de la Presidenta, instrumentada por su ministro y otros personajes menores de la farándula. Ella puede embarrar la cancha con cartas y discursos, pero el memorándum de entendimiento con Irán está firmado, tiene cláusulas secretas que hay que divulgar y es en sí mismo un documento acusatorio.

*Crítico, poeta y ensayista.