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equivocaciones

Dios no nos quiere contentos

Lo que más abunda en la Capital Federal son los pobres y los carteles de El Angel, la película basada en hechos reales sobre la vida de Robledo Puch, un asesino setentoso y parecido –en su juventud– a Arthur Rimbaud.

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Lo que más abunda en la Capital Federal son los pobres y los carteles de El Angel, la película basada en hechos reales sobre la vida de Robledo Puch, un asesino setentoso y parecido –en su juventud– a Arthur Rimbaud. Es notable que hay un montón de gente que en los últimos meses se ha caído del último rescoldo del sistema y que ahora se encuentra en situación de calle.

Cerca de un comedor de Cáritas se pueden ver mendigos nuevos, personas con cara de alucinados porque no pueden creer todavía lo que les está pasando. Los “no lugares” (cajeros automáticos, zaguanes, bajadas de estacionamientos, ombués de plazas, bajo la autopista) son una geografía para cubrirse del frío del invierno porteño.

Es muy difícil fijar políticas de Estado, y la famosa grieta sigue tan abierta que, estés del lado que estés, a veces se tiene la sensación de que el lado es siempre el equivocado. La grieta es la equivocación. Hace poco hablaba con un chico que me decía: “Para mí la grieta está buena porque me demuestra que yo estoy parado de este lado, del lado de los buenos, y que no quiero saber nada con esa otra gente”. Supongo que los que rodeaban a Hitler en el búnker, su círculo rojo, pensaban lo mismo. No nos podemos quedar ahí. Se puede vivir en una sociedad con pensamientos plurales y contradictorios –uno durante el día es muchas personas–, pero es difícil avanzar en una sociedad agrietada.

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En la discusión que se abrió en el Congreso sobre la legalización o no del aborto se vislumbró cierto puente para intentar trabajar sobre el discurso que nos es ajeno. Porque se trata de eso, de la hospitalidad para poder escuchar al otro. Y la capacidad para pensar contra sí mismo. Y una de las cosas importantes para poder entendernos es sacar a Dios del medio

Tengo varios libros sobre la mesa que dan cuenta de la historia de las religiones, pero no me parece necesario citarlos para conjeturar que la idea de Dios surgió en la mente humana cuando tuvo miedo. La idea de que nadie te cuida y de que estás abandonado a la crueldad del espacio negro e infinito es intolerable. Tengo una amiga que pasó una desgracia muy grande y que encontró refugio en el evangelismo. Yo pude comprobar que sin el culto metódico de esa iglesia de fondo ella no hubiera podido seguir viviendo. Ahora bien, eso no me impide ver que el evangelismo –y muchos otros cultos invasivos e incluso muchos políticos– utiliza la tristeza de la gente para poder existir. Lo mismo pasa con las prepagas y la farmacología psiquiátrica. La alegría de vivir sin Dios es peligrosa.

Eso es lo que más ruido me hace en la discusión del aborto, la injerencia del Dios escondido en sus muchos testaferros de los cultos religiosos. Porque, hagamos la prueba de ponernos en el lugar del Supremo, el que puede decir “soy el que soy”. ¿Qué es lo que más le conviene? ¿Que las mujeres tengan hijos no deseados, a granel, para aumentar la feligresía del miedo? ¿O una ley que permita a cada mujer decidir sobre lo que sucede en su cuerpo? Una política pública acompañada de la profilaxis correspondiente. Educación, salud, igualdad de oportunidades. ¿Eso le conviene al Dios antropomórfico, casi siempre varón, barbudo, que venimos imaginando desde que nacemos? Me parece que no. Ese Dios se queda sin clientes de inmediato, como un restaurante donde aparece una rata.

Un pueblo emancipado es un pueblo peligroso. Hay un poema de Juan Gelman que siempre me gustó mucho y que hoy cobra un significado muy potente. Se llama Preguntas. Cito unas partes: “y si Dios fuera mujer? alguno dijo/ ¿y si Dios fuera las Seis Enfermeras Locas de Pickapoon? dijo alguno/ ¿y si Dios moviera sus pechos dulcemente?, dijo/ ¿y si Dios fuera una mujer? (…) ¿y acaso Dios no sale de los hospitales con una mirada triste en la boca?/ alguno dijo/ ¿y si Dios fuera una mujer?/ ¡tetas de Dios! ¡Blancos muslos de Dios! ¡Lechosos! dijo/ ¡leche de Dios! gritaba por los techos de la ciudad (…) eso es todo/ así acaban con los temblores mortales e inmortales en Carolina/ y otros sitios de Dios/ ¿y si Dios fuera una mujer?/ ¿y si Dios fuera las seis Enfermeras Locas de Pickapoon? Dijo alguno.”