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Dios salve a la reina

¿Y si las desopilantes imitaciones musicales que emprende Mauricio Macri no fuesen solamente, como ante todo son, un mero divertimento personal, asunto suyo, su exclusiva vida privada? ¿Y si tuviesen además, aunque solapadamentae, un sentido político? Hay que admitir que nuestro jefe de Gobierno se parece a Freddie Mercury de manera objetiva.

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¿Y si las desopilantes imitaciones musicales que emprende Mauricio Macri no fuesen solamente, como ante todo son, un mero divertimento personal, asunto suyo, su exclusiva vida privada? ¿Y si tuviesen además, aunque solapadamentae, un sentido político? Hay que admitir que nuestro jefe de Gobierno se parece a Freddie Mercury de manera objetiva. Puede que sea por los bigotes y nada más, pero lo cierto es que se le parece, aunque sea en una versión de colores más suaves: rubiedad y ojos celestes. Por respeto a su investidura no he consultado en Internet las imágenes que lo muestran cantando y bailando canciones de Queen. Sus propios hijos, por otra parte, y aun sus flamantes aliados políticos, no han querido ahorrarse el chiste fácil y ya se han mofado de él. ¿Hirieron su orgullo? Al contrario, lo alimentaron. Porque hay un marcado gusto por el ridículo en Mauricio Macri: hay algo en los papelones que lo atrae, que lo seduce, que lo subyuga; como en su momento evidenciaron, desde el fútbol, Carlos Bianchi o Ramón Díaz.
Nadie, que yo sepa, ha ido tan lejos como el doctor Carlos Menem en una indagación práctica acerca de los usos políticos de la autorridiculización. Todo indica que en la política argentina Menem ya no influye más, pero en el desarrollo más lento de las significaciones políticas diría que todavía sí. A diferencia de un De la Rúa, por ejemplo, que quedaba en ridículo, Menem se ponía en ridículo, y a esa escuela podría pertenecer Macri. Con una diferencia sustancial: eso que en Menem se ofrecía marcadamente como frescura e inmediatez, a Macri le exige preparación. Porque lo concreto es que se preparó tres meses para cantar esas canciones de Queen. Ensayó: no improvisaba.
La figura política que así compone no es la del espontáneo (supuesto mérito que hace años cimentaba, a un mismo tiempo, la buena fortuna de Menem en la presidencia y la de Susana Giménez en la televisión), sino otra bien distinta: la del tipo que se anima. Es corto, pero se anima. Es el tipo que se atreve aunque no tenga con qué (si tuviera con qué, no habría verdadero atrevimiento). Que en la vida lo que importa es decidirse y mandarse es la lección que imparte Mauricio Macri; el temita a resolver es que procediendo así las cosas en general salen mal, como se advierte según parece en los videos que circulan en YouTube y mucho más, a todas luces, en las calles de la Ciudad de Buenos Aires, hoy por hoy todas cortadas no se sabe para qué.