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Dólar, tarifas e inflación

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Existe una gran confusión en el presente. Se anuncian crecimiento, reducción del déficit primario, baja de pobreza, que Argentina se ha reinsertado en el mundo, etc. Pero al mismo tiempo, las recuperaciones que sustentan dichas situaciones son sumamente desparejas.
Gran impulso de la obra pública, el verdadero motor de todo esto, y un poco de infraestructura. Pero dichas iniciativas conllevan un costo: mayor gasto público la primera, que si bien es inversión, forma parte de erogaciones de un Estado gigantesco. Y en cuanto a infraestructura, los mejoramientos vendrán de la mano de los aumentos. Precios “suizos” conviviendo con servicios “africanos”. Los servicios no valen lo que pagamos, y los impuestos montados sobre todo esto agravan aún más la situación.
Las empresas, que se ven estranguladas financieramente ante semejante costo del dinero, con una tasa de interés desmedida, tratan de sobrevivir. Algunas piensan en irse, otras no paran de despedir gente. No parecería que la ocupación esté en su mejor momento. Foto buena, película mala hacia delante.
Y aún se cree que con una alta tasa de interés se puede controlar la inflación. Dos años y medio de experimento fallido, y un gobierno que mira pasivo a una autoridad del Banco Central convencida de su ortodoxia correcta pero no para el momento argentino.
De hecho, la conformación de precios es tan caprichosa que volvimos a caer en la trampa de que la tasa alta contiene al valor de dólar y se contiene la inflación. Esto es voluntarista.
Países vecinos –no tenemos que ir a Escandinavia, sino a Colombia, Chile, o al mismo Brasil– han devaluado más del 50% sin registrar saltos inflacionarios. ¿Por qué, entonces, aquí cuando aumenta el valor del dólar “aumenta todo”?
La libertad económica a ultranza, en un mercado no competitivo y desordenado (heredado, es cierto), se transforma en una lucha por la supervivencia. Parece que hasta los productores de hortalizas quieren seguir el valor del dólar. Y es lógico, aunque incoherente.
Son más de ochenta años de cultura inflacionaria, y se ha elegido gradualismo cuando se podría haber elegido un plan. El Austral, la Convertibilidad, por citar dos, comenzaron bien, y terminaron mal por inconducta, por los déficits. Son los mismos déficits gemelos que tenemos hoy. Se han hablado enormes bondades de esto, nada más falso. Un gobierno con economía y finanzas sanas tiene que tender a superávits gemelos.
¿La salida puede ser traumática? Sí. No a nivel 2001, pero puede haber una corrección súbita de rumbo si se confirman los guarismos que demuestran que la inflación, en lugar de estar a la baja, es mayor. O si la desocupación se despega y la balanza comercial no mejora. O si el déficit (bajó muy bien el primario, muy buen trabajo de Hacienda) sigue subiendo. ¿Puede ser no traumática? Sí, y ojalá lo sea. Pero hay que preguntarse a qué precio para la población. Mayor recesión, mayor desocupación es la alternativa. ¿Queremos seguir premiando la especulación financiera? ¿O ayudar a la producción y la actividad en general? Las dos cosas no se puede.

*CEO de First.