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Don Pedro y Don Sigmund

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De la esquina que Salamanca forma con San Martín, la vieja Universidad con el Libertador de América, surge una espuma color de rosa que sería cursi si no fuera porque cuelga de sus respectivos árboles y huele como el Paraíso Terminal antes de que la señora Eva dijera “Hmmmm esas manzanas deben ser riquísimas, ¿querés que las probemos?”.  Hasta acá se huele, se ve y se oye, porque usted se habrá dado cuenta, estimado señor, de que cuando la cosa viene muy intensa, los sentidos tienden a mezclarse y a confundirse y una oye los colores y huele las visiones y toca los murmullos y capaz que hasta llega a componer una sinfonía o a  escribir una tragedia que ríase usted de Eurípides y de Sófocles que en cuanto a  tragedias sabían un montón y que si vivieran ahora podrían escribir unas telenovelas que harían llorar a la mitad del mundo y pagar fortunas a la otra mitad.

Y me parece que nos estamos yendo hacia otros campos de batalla, de traición y de peripecias  que seguro podrían darnos una serie larga de satisfacciones pero a la vez apartarnos de lo que queríamos decir. Qué era, a ver, ¿qué era? Que el mundo es ancho y ajeno, sin duda, pero que también es maravillosamente atrayente y que lo es porque nosotros, quienes lo habitamos, guardamos vaya a saber en qué repliegue de las circunvoluciones cerebrales o en qué resquicio de nuestro recuerdos perinatales, posibilidades inconfesas y extraordinariamente extrañas, confusas y atrayentes. ¿No le gustaría ver un panorama completo de sus probabilidades? En otras palabras, ¿no le gustaría filmar una película que le diera ciento y raya a Lo que el viento se llevó? ¿No le gustaría esculpir un gigantón mucho más poderoso que el David y que le ganara a la pelota a paleta? ¿No le gustaría comentar las hazañas amorosas de un tal Don Juan y hacerlo con todo derecho porque serían las suyas propias?. Pues, por qué no. Bueno, usted me dirá que no tiene ni tiempo ni ganas ni posibilidades. Y yo le diré que sí. Es que, ¿sabe? Quizás la vigilia no sea nuestro único recurso. Lo que pasa es que nos lleva la mayor parte del tiempo. Pero ¿y la otra? Sí, al sueño me refiero. No me discuta, por favor, que no estoy de muy buen humor porque el otoño parece avanzar sin prisa y sin pausa, y a mí el otoño uffff, a pesar de que mis amigas dicen que es soleado y benévolo. El sueño, digo, que no es menos cierto que la vigilia y si no me cree le voy a sugerir que acuda a gentes muy muy respetables como el doctor Freud y el autor Don Pedro Calderón de la Barca. Si  no me cree a  mí créales a ellos, enciérrese en algún lugarcito recoleto y silencioso y examine sus sueños. Después puede hacer algo (o no hacer nada): pedir turno con su analista favorito, o subirse a un escenario y recitar el Salmo 129 o escribir una novela sensacional que me va a dar la mas negra de las envidias. Usted verá y decidirá en consecuencia.

Y la vida seguirá siendo maravillosa.