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Dos o tres cosas que sé de él

Andrew Sullivan es una inusual combinación de conservador, homosexual, británico educado en Oxford y Harvard y residente en los Estados Unidos, portador de sida, católico practicante y algunas cosas más. Desde hace más de 20 años es también uno de los mayores impulsores del matrimonio entre homosexuales.

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Andrew Sullivan es una inusual combinación de conservador, homosexual, británico educado en Oxford y Harvard y residente en los Estados Unidos, portador de sida, católico practicante y algunas cosas más. Desde hace más de 20 años es también uno de los mayores impulsores del matrimonio entre homosexuales. Como buen católico, cree que el matrimonio fortalece al amor, y que el Estado no es nadie para decir qué amor es más o menos legítimo entre ciudadanos libres. Para Sullivan –bueno, no sólo para él– con el matrimonio gay, de lo que se trata es de normalizar la homosexualidad, encauzando institucionalmente las relaciones amorosas entre parejas homosexuales –merecedores del mismo tratamiento que las parejas heterosexuales– y creando pautas de conducta que evitarán a las futuras generaciones los desastres que está viviendo la generación actual. Pero en realidad, ninguno de éstos me parece un buen argumento. Tanto gays como lesbianas tienen derecho a casarse como todos los demás: obviamente, hombres con mujeres y mujeres con hombres. Por otra parte, la prohibición de casarse con personas del mismo sexo no es una prohibición dirigida de manera discriminatoria contra los homosexuales. Es una prohibición que vale también para los heterosexuales.
A Sullivan le gusta jugar con las contradicciones. Cuando era un republicano partidario de la ofensiva de Bush contra Saddam, anunció que iba a votar a Kerry. Acusó a Bush de homofóbico y condenó su política contra los homosexuales. Luego de denunciar hasta el cansancio el islamofascismo que amenaza al mundo, se autocriticó por haber apoyado la guerra de Irak.
Cuando vivía en su Inglaterra natal y Margaret Thatcher ganó las elecciones generales, Sullivan estaba tan feliz que decidió detener su calendario aquel 3 de mayo de 1979. A fines de los 80 empezó a trabajar en The New Republic, una conocida revista conservadora norteamericana. Allí, a pesar de ser un thatcherista, llegó a ser director, y en lugar de adaptarse a su línea editorial, convirtió a esa revista en un medio liberal. Cuando conoció el diagnóstico de su enfermedad, en 1993, Sullivan dejó The New Republic para esperar tranquilamente la muerte. Pero ésta nunca llegó. Entonces siguió trabajando en The New Republic, y también para The New York Times Magazine y The Sunday Times. Recientemente levó anclas y puso rumbo a The Atlantic Monthly.
Si todavía no se dieron cuenta, admiro mucho a este hombre. En realidad, casi nunca estoy de acuerdo con él, pero me gusta recolectar pruebas, cada día, de que uno puede tener, e incluso poner en práctica, las convicciones que le vengan en gana.
Cuando en septiembre de 2007 se casó con su pareja de hace muchos años, el pintor Aaron Tone, Sullivan publicó en su blog –uno de los más leídos de toda la blogosfera política– algunas fotos de la velada. Tuve la osadía de subir una a mi blog y comentar debajo: “El matrimonio entre dos del mismo sexo está bien. Pero que por lo menos tengan la misma altura”. Me llovieron mails de homosexuales indignados, e incluso muchos prometieron vengarse. Pero yo sé que Sullivan debe de haberse reído. Como también se reiría de las apreciaciones respecto al matrimonio entre homosexuales que hice un poco más arriba. Porque además –esto se me había olvidado–, Andrew Sullivan, a diferencia de mucha gente que sufre –dolores y discriminación en dosis iguales–, conserva intacto el sentido del humor.