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Editores a editar

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Con cierto atraso, debido a un viaje (entre ida y vuelta, doce horas de ruta en micro, para participar en dos mesas redondas de una hora y media cada una; la literatura argentina es profundamente antieconómica), recién leí esta mañana los suplementos culturales de las últimas semanas, entre ellos la edición del sábado 16 de Babelia, miembro de El País de Madrid. Por dicho medio me enteré de la publicación de Cuerpos extraños de Cynthia Ozick, la más reciente de sus novelas traducidas al castellano. Por un segundo tuve una inmensa alegría por ser todo lo que soy (escritor, periodista, crítico, traductor, sociólogo, docente ocasional) o, mejor dicho, una inmensa alegría por haber llegado a ser lo que no soy; lo que no soy ni seré jamás: editor (como decía mi amigo Héctor L.: “Un editor es alguien que tiene una calculadora sobre su escritorio”). Porque si fuera editor, si por mi vocabulario deambularan expresiones absurdas como “ancho de lomo” o siglas guturales como “PVP”, entonces tendría una ulcerante envidia por los editores (¡mis colegas!) que logran publicar a Cynthia Ozick. De hecho, el año pasado, en la Feria del Libro, mientras me dirigía al stand de la SADE para averiguar si vendían libros de Vicente Battista, me extravié y llegué a un stand demasiado vanguardista para un señor de mi edad, donde sin embargo alcancé a divisar ejemplares de Virilidad, novelita de Ozick. Obviamente los compré todos: era una bella edición de la editorial Bajo la Luna, traducido por Mirta Rosenberg, hasta donde sé la única traducción argentina de Ozick. Mientras tanto, el sello Lumen, perteneciente a Random-House/Mondadori, integrante del grupo Bertelsmann, perteneciente vaya a saber uno a quién, sigue, allá, en España, publicando a Ozick en ediciones que llegan a estas costas –cuando el amigo Moreno las autoriza– a un precio similar al que cuesta un implante dental en una prepaga de medio pelo. No importa, lo compraremos. Como antes lo hice con los viejos libros de Ozick traducidos también en España por la editorial Montesinos, entre ellos Levitación, mi libro favorito.

Cynthia Ozick nació en 1928 en el Bronx, hija de judíos lituanos. Todavía vive, y la suma de esa corte de escritores norteamericanos contemporáneos que las grandes editoriales españolas se empeñan en publicar no le llega a los talones. Cualquier párrafo perdido en un cuento de Ozick es mejor que la obra completa de David Foster Wallace. Menos conocidos que su obra narrativa son sus ensayos, igualmente notables, en los que va de la literatura del siglo XIX y XX a la discusión sobre lo judío en la posguerra, y la tensión cultural entre Europa y Estados Unidos. Tengo aquí, debajo de mis anteojos para presbicia que estreno hoy, varios de ellos. En Portrait of the Artist as a Bad Character and Other Essays on Writing hay al menos tres o cuatro imperdibles, en especial su crítica a Harold Bloom por convertir la literatura en “ídolo”, en algo que se adora como a una divinidad. La lectura que realiza de Enemigos de la promesa de Cyril Connoly, y las reticencias que despertaba en Edmund Wilson, es igualmente impecable. Pero es en Art & Ardor, compilación de ensayos escritos entre 1968 y 1983, donde se encuentra un texto clave para comprender la discusión sobre lo judío: Toward a New Yiddish, en el que cuestiona la dimensión universalista de George Steiner, para proponer un judaísmo pensado como una “minoría no elitista”. Si fuera editor publicaría una buena compilación de esos ensayos. Pero para conseguir los derechos hay que tratar con agentes literarios, y eso ya es demasiado para mí.

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