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Defensor de los Lectores

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Cuando este ombudsman de los lectores de PERFIL escribió su columna “Aspiraciones y deseos”, publicada en la edición del domingo 4, no habían estallado los dos acontecimientos más conmovedores de los últimos tiempos: el asesinato ¿religioso? de los humoristas de la revista satírica francesa Charlie Hebdo (y la maratón sangrienta que lo sucedió) y la muerte absurda de Néstor Femenía, el niño de la comunidad qom también asesinado, pero por un sistema que lo fue corriendo de esta vida, sometiéndolo al hambre, la marginación, la enfermedad, el descarte.

No curiosamente ambos acontecimientos tienen mucho que ver con lo que escribí entonces. Proponía, en ese texto, que el periodismo de estas latitudes (PERFIL, en particular) excluyera de su protocolo la urgencia, la búsqueda de impacto, la superficialidad, “las visiones tuertas por sobre la imprescindible mirada de conjunto, amplia y despojada de artilugios”. Un repaso profundo de lo publicado ayer por este diario acerca de los dos hechos mencionados me permite afirmar que se ha actuado según esos deseos expuestos el pasado domingo.

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A diferencia de otros medios, que se han regodeado exhibiendo con cierta impudicia los costados más sórdidos o relativizando valores indiscutibles como la vida y la libertad de expresión, PERFIL hizo dos cosas que quiero destacar por su ecuánime tratamiento: la clara, contundente información acerca de lo que concluyó en la muerte del niño qom y los datos sobre indigencia, pobreza y consecuencias de la desnutrición (páginas 36 y 37 de la edición de ayer, sección Ciencia); y la firme defensa de la libertad de expresión mediante textos informativos, ilustraciones (incluyendo la reproducción completa del ejemplar de la revista francesa sometida a los balazos del fundamentalismo) y columnas de opinión.

En el primer caso, el de Néstor Femenía (recomiendo la lectura del correo, en la página anterior, que denuncia el ocultamiento del verdadero motivo de la muerte), es aplicable lo que decía en mi columna siete días atrás. Me preguntaba si este año “se podrá mezclar con sabiduría la sensibilidad necesaria para defender a los indefensos sin ser jueces ni fiscales, para enfrentar a los poderosos sin entregarnos a esa suerte de nihilismo que acaba por terminar con la savia de esta profesión”. Por estos días, tanto en otros medios como en las redes sociales, la tragedia de la familia chaqueña estragada por la miseria demostró que esa sensibilidad estuvo ausente en quienes escuchan o tañen una de las campanas como en los que siguen religiosamente los mandatos de hacen sonar la otra. De un lado, el de los que enfatizan todo lo negativo hasta la exacerbación, hubo un claro regodeo en los detalles más morbosos; tanto, que la cuestión central –la muerte de un niño desnutrido– dejó paso a comentarios y críticas contra quienes administran, sin suficientes argumentos para sostenerlos; del otro, el de quienes quedan invariablemente pegados a lo que gobiernos nacional y provinciales lanzan públicamente como palabras santas, se leyó y escuchó una catarata de justificaciones, argumentos sin solidez científica, elevado nivel de insensibilidad social, descalificación de quienes sí fundamentan en hechos y datos ciertos una realidad triste: que pese a planes sociales y acciones ponderables, hay un sector de la sociedad argentina sometido, marginado, obligado a transitar por la cornisa que separa la vida de la muerte. En definitiva, fanáticos de uno y otro signo, y no periodistas, medios de comunicación y usuarios de redes sociales interesados por aproximarse a la verdad.

Algo parecido se pudo observar en relación con la locura fundamentalista desatada en París. La condena contra quienes promovieron y/o ejecutaron ese festival de sangre fue desteñida, en algunos casos, por condicionales que relativizaron su calidad, degradando la contundencia sin cortapisas que merece tamaño acto de barbarie. Hubo quienes plantearon la necesidad de poner la cuestión en un “contexto”, como si el valor de la vida y de la libertad de expresión variara según las circunstancias (la decana de Periodismo en la Universidad de La Plata fue la más clara al respecto), y quienes llegaron al extremo de justificar implícitamente los asesinatos por el “choque de civilizaciones”. Y hubo quienes, desde la otra orilla, aprovecharon para expresar su más profundo desprecio por “el otro”, destilando xenofobia e intolerancia hasta el extremo de justificar la pena de muerte.

Por esta vez, entonces, el ombudsman de los lectores de PERFIL oculta sus colmillos y reconoce la buena práctica del oficio demostrada en el contenido de la edición de ayer.