COLUMNISTAS
pobreza

El aguante sin fin

20190330_1399_columnas_1434143705150612016
en numeros. Casi 13 millones de argentinos son pobres y el 50% de los niños. | cedoc perfil

La anomia es un estado social en el que normas y leyes de-saparecen, no funcionan o no son respetadas, sin que sean remplazadas por otras nuevas. Nadie sabe qué esperar de los demás, con qué o con quiénes puede contar y se eclipsan la reciprocidad y la empatía. Quien definió inicialmente la anomia fue el francés Emile Durkheim (1858-1917), el que consolidó el estatus científico de la sociología, disciplina que había nacido de la mano de su compatriota, el positivista Augusto Comte (1798-1857). Cuando a la anomia se le suma una brutal crisis económica y el empecinamiento fundamentalista en creer que la economía precede a la política en cuanto a la organización y gestión de la sociedad, el panorama es nefasto. Difícil de aguantar.

El Presidente ya no habla de maravillosos y mágicos futuros, tampoco de brotes verdes ni de venturosos segundos semestres. Ha inaugurado, en cambio, la política del aguante. “La gente tiene que aguantar”, dice con indisimulado malhumor. Aguantar es la receta, entonces, para una población que incluye 31,3% de pobres urbanos según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA (Universidad Católica Argentina) y un 32% en el total del país, según el Indec. Como los porcentajes suelen ocultar a los seres humanos, resulta más claro decir que 14 millones de argentinos son pobres. Y que el 50% de los niños lo es, según Unicef. Otros cientos de miles, entre quienes aún no lo son, están angustiados día a día por la posibilidad cierta de caer en la estadística y engrosarla.

Aguantar puede ser un medio, pero no un fin. Tiene que haber una esperanza, una visión, un propósito compartido, un para qué capaz de sostener, orientar y dar sentido al aguante. Y tiene que haber, además, un liderazgo confiable que organice el esfuerzo. La confianza no nace de declaraciones. Nadie es confiable porque se defina a sí mismo de ese modo. La suma de sus conductas, más la coherencia entre sus promesas y sus actos, más el modo en que responde a las consecuencias de sus acciones y decisiones (sin apelación a culpables externos) es la que convierte a alguien en una persona confiable, tanto en lo privado como en lo público, en lo familiar como en lo institucional.
Hoy millones de argentinos aguantan el hambre (hambre, no apetito), las privaciones y las exclusiones que atentan contra su dignidad como personas. Para ellos significan nada las costosas galas del G20 o los halagos protocolares de dirigentes mundiales que dicen lo obvio (no es de buena educación que uno critique a sus huéspedes o a sus anfitriones según el caso). Con ellos hay más que una deuda social. Una deuda moral. Pero como señala Daniel Cohen, de la Escuela de Economía de París, en su ensayo Homo Economicus, el profeta extraviado de los nuevos tiempos, el hombre moral abandona la sala cuando hace su entrada el Homo Economicus. Hace ya treinta años, dice Cohen, que el mundo eligió marchar tras los pasos de la economía antes que tras la guía moral. Y añade: “Para funcionar solo bajo la egida del Homo Economicus se aumentan las recompensas y se endurecen los castigos. Atenerse a sus promesas crea un mundo mucho más desigual”.

La cuestión es que aquí hoy hasta las promesas (que desde el inicio fueron banales) parecen agotadas. Y ahora las remplaza una consigna sin raíces: aguantar. Hacerlo en medio de la crisis económica, de la anomia que empieza por la misma Justicia y sus oficiantes y de una política que traiciona a cada paso su necesaria razón de ser. En medio de este panorama, el Homo Economicus extiende su sombra. Unos, desde el poder, sueñan con que una milagrosa mejora de la economía les permita una victoria electoral pírrica. El sueño de sus adversarios (incapaces de hablar entre sí en un mismo idioma, salvo el del oportunismo y la manipulación) es que la economía empeore de aquí a octubre para triunfar así sobre el sufrimiento ajeno. A su vez, el extendido malhumor social es más hijo de la mala praxis económica que de la mala praxis política o moral. Cuando el Homo Economicus queda a cargo de todo, dice Cohen, se muestra como un profeta ineficaz e inhumano.

 *Periodista y escritor.