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¿El año de Scioli?

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Hace veinte años era un deportista a quien nadie imaginaba convertido en un cuadro político; hoy es un candidato con buenas posibilidades de alcanzar la presidencia de la Nación. En aquel entonces, Daniel Scioli era conocido y valorado por atributos y circunstancias que nada tenían que ver con lo que fue después su vida pública. Pero su debut en la política fue auspicioso: derrotó al aparato del justicialismo en la Capital Federal y pasó rápidamente a ser un referente. Fue uno de los exitosos llegados a la política desde “afuera”, que con los años se han ido multiplicando. Desde entonces, Scioli raramente pasó inadvertido y frecuentemente se destacó por su buena imagen en la opinión pública, sostenida en su estampa amigable, su actitud orientada al consenso, su lealtad a los grupos políticos a los que eligió o le tocó pertenecer y su previsibilidad.

Esos atributos a veces son descalificados desde una imagen del político que está lejos de los políticos reales de carne y hueso. Scioli entró a la política durante el gobierno de Menem, con el cual se alineaban en esos años muchos miembros del actual gobierno y de los justicialistas que hoy no pertenecen a él. En el Congreso Scioli fue un diputado activo, con alta visibilidad. Estuvo en el gobierno de Duhalde cuando éste ejerció la presidencia, como lo estuvieron muchos otros políticos peronistas y no peronistas. En 2003 se sumó a la fórmula presidencial con Néstor Kirchner –una decisión en la que Duhalde fue gravitante–; allí aportó votos y rápidamente fue percibido como una cara no confrontativa y a la vez responsable de ese gobierno. En estos casi veinte años de trayectoria, Scioli se ha revelado un político de fuste, un exponente de un tipo de liderazgo sostenido en la capacidad de inspirar confianza en los votantes.

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En la política siempre hay dirigentes más orientados a sostener ideas que atraen a los públicos enfocados en la oferta programática, y hay, por otro lado, dirigentes más orientados a conectarse con la demanda –los votantes, la gente–. Scioli es ducho en moverse en esa cultura de la gente; es un dirigente conectado con el lado de la demanda del mercado político. Encarna un estilo de hacer política que discute las ideas en el gabinete, pero comunica masivamente mensajes que lo acercan al votante.

El veredicto de la opinión pública, el que recogen las encuestas de opinión y reflejan las urnas, le es favorable –precisamente por las razones que algunas personas más analíticas le critican–. Eso hace de Scioli un caso interesante para el análisis. Este hombre hoy hostigado desde algunos ámbitos oficialistas tanto como desde ámbitos opositores se mantiene entre los políticos con mejor imagen pública y con más alta intención de voto. Es un fenómeno conocido: un desajuste entre el juicio de dirigentes y el de la gente común.

En el oficialismo, la resistencia a Scioli obedece a dos razones distintas: hay kirchneristas “ideologizados” que recelan de lo que ellos perciben como falta de compromiso con sus ideas y demasiada autonomía de movimiento; y los hay entre los más pragmáticos que simplemente compiten con él y se sienten en desventaja. Desde la oposición, aunque muchos lo respetan, Scioli es un competidor duro de roer. En ese plano, es indudablemente un líder que define espacios –como lo son también, por atributos similares, Macri o Massa, no por casualidad los otros dirigentes que hoy alientan aspiraciones presidenciales con posibilidades–.

Hay muchas razones por las que un dirigente político puede gustar o no gustar. Pero si se quiere entender la política, en un momento dado es preciso entender las raíces de las fortalezas y debilidades de los protagonistas de la política. El estilo político de Scioli ofrece gobernabilidad desde una perspectiva más cercana al sentido común que a lo doctrinario; en eso reside en buena medida su fortaleza.

La política necesita tanto de dirigentes que representan ideas como de dirigentes que representan a la gente. Scioli es un buen exponente de estos últimos. La Argentina de estos años oscila, y muchas veces se escinde, entre las preferencias por liderazgos que tratan de cambiar el cauce de las aguas y los que buscan a líderes gestores de equilibrios. Si 2015 es, como parece, un año de expectativas de equilibrio, éste bien puede ser el año de Scioli.

*Sociólogo.