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El artista más grande

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Hará fácil una treintena de años, en el Teatro General San Martín se organizó un ciclo de arte instantáneo bajo la fácil idea de que el arte debe ser rápido y barato y hecho por todos. Recuerdo vagamente el escenario de producción artística, creo que papeles colgados y marcadores o pinturas o crayones, y unas mesas o tablones extendidos a lo largo y a lo ancho de la sala, donde habían depositado apreciables cantidades de arcilla. Yo había entrado en compañía de un amigo, menos estimulados por las invitaciones de la plástica que por la posibilidad de conocer señoritas, y cuando mi amigo observó el panorama me dijo: “Todo el mundo va a hacer esculturas muy bonitas, chiquitas y y decorativas. Hagamos nosotros cualquier boludez, pero bien grande, y vas a ver que vamos a ser el centro del asunto”.

Dicho y hecho, erigimos una montaña de cualquier cosa, que podía o no tener extremidades o repliegues o alas o pasadizos y era un castillo o una montaña o una mina o el lomo erizado de una tortuga. ¿Qué decir? Logramos nuestro propósito. El carácter exhibicionista de nuestra realización ilustra acerca de las formas de capturar la atención general, la indiscreción del volumen aún hoy induce a apreciar como gran arte las instalaciones megalómanas.

¿Cómo se aprecia per se lo mayúsculo y lo minúsculo? Que tendamos a asignar un plus de valor a lo que apreciamos como exagerado en la escala de medidas sólo indica los límites de nuestra capacidad perceptiva. Pero saliendo de este berenjenal: el viernes 7 de abril, el artista tucumano Tomás Saraceno expone en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires un tejido enigmático: “Cómo atrapar el Universo en una telaraña”, una obra o performance tridimensional formada por los hilos blancos que miles de pequeñas arañas lanzan al aire antes de saltar al vacío, y basada en la idea fascinante de que la trama de una telaraña reproduce o alude a la trama de filamentos que forman las galaxias en o desde el origen del Universo. Y por su parte, Juan José Becerra, el autor de la magnífica (y también descomunal) novela El espectáculo del tiempo, acaba de publicar su nuevo libro, El artista más grande del mundo. Asistiré a la performance de Saraceno, correré a comprar el libro de Becerra. El mundo sigue grande en obras y hay esperanzas de que sobre su superficie sigan existiendo las apuestas estéticas singulares, al menos hasta que nos devore algún agujero negro.