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un año, muchos macri

El carácter autodestructivo

Muchas veces se criticaron las “políticas fundacionales”, consideradas por un lado soberbias, por otro lado bonapartistas; por una parte incapaces de continuar ciclos políticos ya normalizados, por otra parte arrogándose llamados inaugurales que no han sido así reclamados por los electores.

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Muchas veces se criticaron las “políticas fundacionales”, consideradas por un lado soberbias, por otro lado bonapartistas; por una parte incapaces de continuar ciclos políticos ya normalizados, por otra parte arrogándose llamados inaugurales que no han sido así reclamados por los electores. Lo cierto es que el actual gobierno, que se quiso iniciático, a un año de comenzar su periplo tiene en su haber un conjunto de drásticas desmentidas de todo lo que fue su exitosa campaña. El republicanismo esgrimido como la tesis que representaba el punto de honor de la alianza triunfante ha quedado destrozado en los escollos de múltiples decisiones arbitrarias. Tiene porciones excesivas del decisionismo que criticaba, pero ahora entendido no como un drama singular en la historia, sino como capricho elemental de los gobernantes. El pluralismo, por el cual  se rezó diariamente en horas pico de la televisión, quedó machucado en las estrechas proporciones de un macrismo ampliado, usufructuando sin novedad alguna de las ventajas que a todo poder le son intrínsecas, creando su halo de acompañantes de último momento. El mensaje anticorrupción, que se formuló bajo la estructura del moralismo del “grand-guignol” se transformó en un moralismo coactivo, que siempre es una fuerza subterránea y reactiva en cualquier sociedad en crisis. Es más, hay crisis cuando se tiene primero una interpretación “moralista” de la crisis.

La corrupción como ente genérico, pregnante y universal, del que no se salva nadie, sigue rindiendo sus frutos, pero deja abierto un gran tema futuro, que es el contraste  entre “los dineros de la política” (frase de López) y el silencio parecido a la consternación oficial que rodea a la forma empresarial de las finanzas abstractas (ajenas a la cavernaria maquinita cuentabilletes), obligatorias en el flujo mundial creado por el “Estado de excepción” capitalista. Está la corrupción en los conventos, como relata el Marqués de Sade, enviciando almas visibles en nombre del contrato social, y la corrupción invisible, inmaterial, el trabajo silencioso del dinero “de nadie”, no el de la política sino el de la reproducción metafinanciera operada por quienes conocen las claves de este lenguaje del “inconsciente panameño”. Queda abierta la puerta para el debate no realizado, que llegará tarde o temprano. ¿Cuál es la nueva modalidad del capitalismo bonapartista neoliberal con la cual se adultera toda identidad social en verdadero estado de multiplicidad?

Por otro lado, la ideología del “se puede”, frase sintomática del cualunquismo macrista (aunque pueda ser utilizada en muchos contextos), tenía sobrecargas fácilmente detectables respecto de un corte extemporáneo y brutal de un flujo histórico ya sedimentado. No tenemos herencia y por eso criticamos el conjunto de lo realizado antes y a todas las herencias. Ese pensamiento se traiciona a diario cuando baja al triste barro de lo real argentino. Ahí la proclama de transparencia forzada sobre una historia repleta de vaivenes se transforma en otra cosa no confesada. Es la secreta añoranza por tener una historia.

Entonces el macrismo se imagina peronista, frondizista, radical, massista, izquierdista y hasta kirchnerista. En un año fueron y vinieron como chicos con zapatitos nuevos, sin ser ellos mismos ni tampoco ninguna de sus múltiples máscaras. Típico de lumpen-empresarios, tampoco sospechan demasiado quienes son ante poderosas fuerzas de la historia, que encarnan pero desconocen. Del mismo modo se condena a los movimientos sociales del período anterior por violentos y viciados, pero se quiere tenerlos para sí; el antiestatismo de origen se revela por su revés en un estatalismo táctico que no pocas veces bordea el estilo directo policial; se vitupera a todo un tiempo retrospectivo y se desconoce lo que se hizo en las “nieblas del pasado”, pero secretamente se quiere confiscarlo, aprehenderlo, destilarlo. El encarcelamiento de Milagro Sala no tiene otro argumento que un leninismo por su revés: era un “doble poder”, tesis totalmente extrajurídica. La juridicidad que anhelaron se revuelve en un nido de víboras, y lo que se funda es un corrosivo y continuo proceso de degradación de las precarias instalaciones judiciales del país. En un año, no han logrado poco. Siempre es grandioso y aciago el espectáculo de la desarticulación sistemática de la memoria pública. Es una autodestrucción que se proclama bajo las banderas de una refundación.


*Ex director de la Biblioteca Nacional. (Período 2005-2015).