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El chorizo no se mancha

Son 100 por ciento de cerdo. Y ahí, dice él, está una de las claves. “No tienen ni un poquito de vaca, nada de mezcla”

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Son 100 por ciento de cerdo. Y ahí, dice él, está una de las claves. “No tienen ni un poquito de vaca, nada de mezcla”, se jacta cada quince días, cuando alguien le elogia el sabor en medio de la humareda, las brasas y la fila para entrar a la cancha. Cansado de que la calidad cambiara semana a semana, cansado de lidiar con los proveedores, hace unos años se compró las máquinas y empezó a elaborarlos él. Como viene de familia de chacineros, ya sabía cuáles eran los secretos, o lo que no había que hacer. Desde aquel momento, el método siempre es el mismo: pesa la carne –siempre de cerdo, repite, como para que quede clarísimo– y la pica. Después le agrega sal, pimienta, ají molido y nuez moscada y la deja reposar. No le pone ni colorantes ni grasa saturada ni nada más. El paso final es embutir en la tripa, atar y cortar.

Podríamos estar hablando de cualquier parrilla, de cualquier restaurante, pero no: estamos hablando del puestito de Michu. El vendedor de choripanes de Flandria, uno de los mitos que tiene el fútbol argentino. La bola empezó a correr hace años, y se esparció tanto que llegó hasta lugares insospechados. Los visitantes, cuando había visitantes, llegaban hasta Jáuregui, se comían uno de sus choripanes y se sacaban una foto. Ahora, los que hacen eso son los periodistas partidarios o algunos dirigentes. Y todos se van fascinados. Porque a pesar de que Flandria no tiene ni la prensa ni la cantidad de hinchas de otros clubes, la fama de sus choris ya quedó instalada.

En promedio, Michu vende alrededor de 300 choripanes por partido a 70 pesos cada uno. Aunque el clima y la hora pueden cambiar la ecuación: vende más, lógicamente, cuando Flandria juega cerca del mediodía. O cuando está templado, incluso frío. Pero la venta se derrumba los días de calor insoportable. Las altas temperaturas, ya lo sabemos, atentan contra el hambre.  

Además de ser un mito y de ser quizás el mejor choripanero de nuestro fútbol, Michu tiene algo de suerte. A él, al menos por el momento, no le afecta la reciente prohibición en la Ciudad de Buenos Aires para vender choripanes y otros alimentos en las afueras de los estadios. Una medida que adoptó el Gobierno de Horacio Rodríguez Larreta, más allá del eufemismo de “regularizar el entorno deportivo y garantizar la seguridad”, para quitarles uno de los principales negocios a las barras bravas de los clubes. Una medida antipática y antipopular, que pone el acento en el  chancho –literalmente dicho– y no en el que le da de comer.

Aunque no le modifica su trabajo, Michu, que se define como “el loco de los choripanes”, se indigna con esta iniciativa. Y como para que quede clara su ideología, después de criticar a los barras, a los políticos y a los que le ponen chimichurri al chori –para él “una afrenta imperdonable”–, levanta el dedo y señala la frase que se mandó a estampar en el delantal amarillo y negro que usa cada día de partido: “El chorizo no se mancha”.