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ECONOMISTA DE LA SEMANA

El colapso del populismo en pleno cambio del contexto global

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Los errores de los médicos se cubren con tierra. Los errores de los arquitectos se cubren con plantas. Y los errores de los políticos se cubren… con subsidios.
(Leído hace algunos años en una carta de lectores)

 
El colapso de 12 años de un populismo anacrónico no puede ser más evidente. El Estado argentino, en todos sus niveles, nunca manejó tantos recursos. Se trata de un nivel récord de gasto público: a nivel consolidado (Nación, provincias y municipios) es del orden del 48% del PBI. Más del doble de lo que era cuando los Kirchner se hicieron cargo de la presidencia. Y sin embargo el Estado no está o está ausente. Y, como en varias oportunidades en los últimos años, es un evento inesperado, en este caso las lluvias, el que permite ver con claridad esa costosa ausencia. Una ausencia que se manifiesta tanto en la falta de infraestructura como en la insuficiente cantidad y calidad de bienes públicos como salud, educación, seguridad y justicia.

Pero no es sólo la ausencia brutal del Estado como proveedor de bienes públicos: la inflación de dos dígitos durante 11 años, el estancamiento industrial y la falta de crecimiento de los últimos cuatro años, el colapso exportador y la pobreza creciente, son también la consecuencia de un populismo abundante en políticas erradas. Esas políticas gozaron del beneficio de la duda durante los años en los que, producto de la fuerte crisis de 2001-2002, los márgenes de maniobra eran amplios y, además, el contexto internacional era prácticamente inmejorable. Pero esa situación externa ahora sí parece confabularse con el clima para mostrar todas las inconsistencias y flaquezas de aquellas políticas en su verdadera dimensión.

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La expectativa de un aumento de las tasas de interés en los Estados Unidos primero, la caída del precio de las commodities y la reducción del comercio y de las perspectivas de crecimiento globales después, gatillaron la depreciación de una gran cantidad de monedas de países tanto emergentes como desarrollados respecto del dólar. En Rusia, Brasil, Australia, Perú, Chile (para citar sólo algunos), y recientemente en India y China, las monedas se han debilitado con el fin de acomodar sus economías a esa nueva realidad global.

En Brasil, la crisis política interna, amén de la falta de crecimiento y de la necesidad de corregir los desequilibrios internos, tornó particularmente desafiante la situación y el real acumula una caída de -32% desde que arrancó el año, y de -54% en los últimos doce meses. Tomando en cuenta los diferenciales de inflación entre Argentina y Brasil, la depreciación de la moneda brasileña en términos reales con respecto al peso es similar a la de enero de 1999. A diferencia de aquella, que fue de un solo golpe, ésta viene en cuotas. Pero, aunque haya pasado algo más desapercibida, tiene un efecto que no pasa precisamente inadvertido para la mayoría de los sectores que exportan a, o sustituyen importaciones de, Brasil.

La caída del precio de las commodities también hace de las suyas sobre los sectores exportadores argentinos, cuya rentabilidad ha descendido a niveles que ponen en riesgo su subsistencia. En este contexto, no sólo la dinámica de las exportaciones industriales (cuyo volumen se redujo 23% en el último año y medio) amenaza con erosionar el crecimiento del PBI este año y el próximo. También la dinámica del complejo agroexportador amenaza con afectar el crecimiento del año próximo. A esto debemos sumarle la caída del precio del petróleo, -27% desde que arrancó el año y -54% en los últimos doce meses, que lamentablemente erosiona las expectativas de una “lluvia” de dólares de inversión para la explotación de hidrocarburos no convencionales en Vaca Muerta.

El repaso anterior es incompleto, es sólo un pantallazo de algunas de las manifestaciones más evidentes del cambio del escenario global, pero alcanza y sobra para poner sobre la mesa un tema crucial: el próximo gobierno heredará una situación interna muy desequilibrada y sin viento de cola externo.

El desafío para el próximo gobierno es múltiple: no sólo tiene que sanear la macro sino que tendrá también una formidable tarea de reconstrucción institucional y desregulación económica. Concentrándonos sólo en el capítulo de normalización macro y descartando la opción de una continuidad absoluta de las políticas actuales, podríamos plantear las siguientes alternativas: 1. elegir la opción del gradualismo en lo fiscal y en lo cambiario, a riesgo de enfrentar una fuerte corrección reactiva en el corto/mediano plazo; 2. reducir el déficit fiscal, sin modificar significativamente la política cambiaria, a riesgo de profundizar el estancamiento económico; 3. unificar el mercado cambiario, sin modificar significativamente la política fiscal, a riesgo de profundizar el descontrol nominal; 4. reducir el déficit fiscal y, al mismo tiempo, unificar el mercado cambiario, a riesgo de generar un fuerte descontento social.

El cambio del contexto internacional al que nos referimos antes hace aún más necesaria una pronta corrección cambiaria. Ir por el lado del gradualismo cambiario significa postergar indefinidamente la posibilidad de volver a crecer y que los capitales de riesgo se vuelquen masivamente a la inversión. Y, si una rápida unificación cambiaria es inevitable, también lo es una rápida reducción del déficit fiscal (por ejemplo, a partir del establecimiento de un programa que permita hacer caer el déficit primario del gobierno federal a sólo 3 puntos del PBI durante 2016). Unificar, sin corregir de manera significativa la actual dinámica fiscal, resulta un puente directo hacia una situación de mayor inestabilidad nominal (tal como sucedió con la devaluación de principios de 2014).

En definitiva, la dinámica del contexto internacional tiende a reducir el número de opciones de política económica disponibles para las nuevas autoridades a partir de diciembre. El gran interrogante es si éstas tendrán la voluntad, la capacidad y la gobernabilidad necesarias para elegir el camino correcto cuando llegue el momento de hacerlo.
Mientras tanto, el Gobierno insiste con “cubrir” sus errores con subsidios.

@luissecco