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El consumo se deprecia

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En un mundo sin ahorro ni tarjetas de crédito, el consumo resulta inexorablemente igual al ingreso de las familias. Si ése fuera el caso, la caída en los niveles de consumo que se registraron este mes en supermercados, autos, electrodomésticos y esparcimiento en general tendrían como único responsable a la baja en el salario real, producida por la aceleración de los precios que en diciembre y enero acumuló 6,5%, y según inflacionverdadera.com vienen subiendo en febrero 4,6%.

Pero en la realidad los mercados financieros (formales e informales) dan la posibilidad de ahorrar, postergando el consumo, o adelantando gastos, financiándose con una tarjeta o un crédito personal.

De allí que resulte crucial la cuestión de las expectativas, tanto en lo que hace a la evolución probable de la inflación en los próximos meses como al destino que eventualmente tengan las negociaciones paritarias.

Así, si la gente piensa que las próximas actualizaciones salariales irán por encima de lo que suceda con los precios, aumentará su consumo actual, aunque no tengan un mayor ingreso hoy, puesto que descuentan que su situación económica mejorará a futuro.

Por el contrario, si lo que se espera es que los precios vayan por el ascensor y los sueldos por la escalera, el consumo se contraerá incluso antes de que ambas cosas sucedan.

En este sentido, dos datos que se conocieron la semana pasada muestran que lo que está ocurriendo es lo segundo. Por un lado, según el relevamiento de la Universidad Di Tella, las expectativas de inflación para los próximos doce meses, que en octubre pasado estaban en el 31,3%, en febrero treparon al 41,3%, señalando que los encuestados piensan que el ajuste de precios no quedó atrás sino que continuará durante el resto del año.

Por otro lado, las expectativas de los consumidores respecto de la evolución de la economía, que también mide la mencionada institución académica, se derrumbaron 23,4% en febrero, siendo la caída en la intención de compra de electrodomésticos, autos o casas del 59,1% y el deterioro en la percepción respecto de la evolución de la situación personal de un 10,2%.

Entonces no sólo se anticipa que ocurrirá una caída en el salario real, sino que la gente ve el futuro de una manera mucho más incierta, lo que obviamente aumenta la ansiedad y pone en marcha un mecanismo de evitación de cualquier decisión que pueda tener un efecto potencialmente negativo en el futuro, por ejemplo meterse en un plan de cuotas que después no se pueda pagar si el empleo corre riesgo de perderse, o gastarse los ahorros acumulados en épocas de bonanza, que justamente podrían servir para “pasar el invierno” en caso de quedarse sin trabajo y tener que salir a buscar un nuevo empleador.

En el mediano plazo, por último, aparece otra tormenta que puede devenir en diluvio o resultar pasajera, dependiendo de lo que suceda con las remarcaciones en marzo y abril.

Desde que el Gobierno decidió poner el dólar en $8 el 23 de enero pasado, los precios han subido un 4,3% (tanto según inflaciónverdadera.com como de acuerdo con las estimaciones de consultoras privadas). De persistir esos niveles inflacionarios en marzo, cualquier cosa que valía en enero $ 8 estará costando $ 8,80 los primeros días de abril, y el dólar no debería ser una excepción.

Si así fuera, se disparará una nueva ola de expectativas de devaluación que pondrá presión sobre las reservas, empeorará aún más la confianza en la economía y reavivará el “efecto remarcar por las dudas” que se pone en marcha cuando los comerciantes y los empresarios prevén una disparada de la divisa norteamericana.

*Economista, autor de Psyconomics. La economía está en tu mente.