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El dilema del antichavismo

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Durante los últimos años, la unidad opositora ha sido  electoral. Se ha unido alrededor de la idea de enfrentar al enemigo mayor en un evento electoral concreto y evitar que una división entre diferentes candidatos y partidos.  Cuando no hay elecciones, la tensión externa que provoca esa unidad estratégica desaparece. Luego de haber vivido una derrota y, en algunos aspectos, simbólica, era predecible que se produjeran movimientos y retos internos al liderazgo del grupo perdedor.

Es natural que las diferentes visiones dentro de la oposición se expresen buscando convencer sus mercados naturales. El hecho de que aparezcan nuevas maneras de entender y ejercer el liderazgo por parte de algunos de los protagonistas dentro de la oposición  no indica necesariamente que serán más exitosas que las que intentan sustituir. Sin embargo, es inevitable ver cómo estas acciones presionan los reacomodos necesarios para que la oferta política aproveche un momento en el cual no se está sacrificando ningún capital electoral. Un cambio de este tipo, además, no siempre implica el surgimiento de un nuevo líder, pero sí demanda que haya una nueva propuesta, una alternativa que logre conectar con otros sectores y, de esta manera, el capital político crezca y pueda alcanzar la meta de toda propuesta política democrática: una mayoría que pueda demostrarse en un proceso electoral. O, en el caso de que los mecanismos electorales dejen de funcionar por una violación a los derechos democráticos, puedan dar la batalla necesaria por la recuperación de esos derechos. De esta manera, si la oposición venezolana quiere ser eficaz y moderna, la mejor opción no es llamar a cambiar el gobierno sin que haya elecciones, sino demostrar, a través de propuestas y acciones concretas (y el acompañamiento diario de la gente en sus problemas, dramas e inquietudes) por qué en las próximas elecciones el ciudadano debe cambiar al gobierno.

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Si una fracción de la oposición tiene como punto de partida de sus acciones la idea de que son mayoría, sin realmente serlo, sus esfuerzos no se orientarán a conquistar nuevos espacios, ni a convencer y conectar con las masas, ni a motivarlas para cambiar o integrarse en una lucha política necesaria y legítima. Y ahí sí es verdad que será imposible convertirse en mayoría.

Sin elecciones, durante ese período que hay entre lo que fue y lo que será electoralmente hablando, es más importante (y eficaz) tratar de que el gobierno cambie (y hacer todo lo que sea posible y necesario para que así sea) antes que tratar de cambiar de gobierno, que al final siempre será interpretado como un golpe de Estado. Y si esto se hace bien —la historia universal de la política está llena de ejemplos—, el cambio será natural, orgánico y estable en el tiempo. Lo otro es combatir el fuego con nafta.

*Director de Datanálisis, la encuestadora que mejor predijo los últimos resultados electorales.