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COPA DAVIs

El dobles reforzo la ilusion

Del Potro y Pella se quedaron con el tercer punto y Argentina se puso 2-1 ante Italia, en Pesaro. Si hoy el equipo gana un partido, Estara en semis.

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La Copa Davis es una de las muestras más elocuentes de que la alegría por una victoria sería una cuestión irrelevante si, de por medio, no existiera la posibilidad de una derrota.
Sólo así se comprende que cualquiera de nosotros sea capaz de mantener durante una cantidad indefinida de horas un nivel extremo de atención alrededor de un solo asunto.
Sólo por eso es admisible que se festeje un quiebre de saque al comienzo de un partido que puede durar una eternidad y que, al final del día, ese grito liberador tenga el valor de la palabra de un corrupto arrepentido.
Sólo desde ese lugar se justifica que muchachos que embolsan millones, que recorren el mundo ganando torneos y son capaces de mostrarse impasibles camino a una final de Wimbledon, se emocionen hasta las lágrimas por un triunfo en una competencia cuya trascendencia gira acaso exclusivamente alrededor de la gloria; de jugar y ganar “por un equipo o por el deporte de mi país” en vez de hacerlo sólo por ellos. Incluso si esa victoria es tan parcial como el 2 a 1 que pone a la Argentina por delante de Italia pero que está aún lejos de ser decisiva.
Pesaro es una de esas incontables pequeñas localidades balnearias italianas que mira al Adriático y se apoya en colinas entrañables. Cerca de Rimini y de Ancona, a una hora y pico de Bolonia y a casi cuatro de Roma, llegar a destino desde la capital implica cruzar esta tierra bendita desde el centro oeste hasta algo así como el este noreste del país.
Muchos de sus lugares emblemáticos llevan el apellido de Gioachino Rossini, el pesarés más famoso. Hay una calle, un teatro, un museo, un conservatorio y hasta un centro comercial que honra la memoria del ícono de una ciudad que se autotitula “la ciudad de la música y de las bicicletas”.
Como tantos otros lugares similares de Italia, Pesaro se nutre de sí misma y de una cantidad infinita de pueblos que van desde Trebbiantico, base de la villa reciclada del siglo XVII en la que vive el equipo argentino, hasta Casteldimezzo, desde cuyo mirador Pesaro parece el paraíso y el Adriático, un ojo de agua sin fin.
A mitad de camino, el Circolo Tennis Baratoff, sede de este cuarto de final por obra y gracia del buen billete que han sabido aportar sus referentes políticos a la hora de subastar la localía, tendencia que convierte en habitual que los italianos repitan pocas veces el escenario de sus partidos. Pesaro es, curiosamente o no, una excepción: fue aquí donde Fognini y sus adláteres derrotaron en la primera rueda a una Suiza sin Federer ni Wawrinka, que es como decir cualquier cosa menos Suiza. Aclaración imprescindible: aquel partido se jugó en Pesaro, pero en un estadio cubierto multipropósito y no en un club de tenis sin estadio como éste, al cual se le montaron estructuras tubulares símbolo de una organización digna de las peores causas. Algún día en la Argentina tomaremos nota de lo poco exigente que es la Federación Internacional de Tenis con afiliadas como la italiana –o la israelí, o la checa, por sólo citar experiencias personales recientes–, y lo susceptibles que terminamos siendo nosotros a la hora de cumplir hasta con las exigencias más antojadizas cuando nos toca jugar en casa.
A un costado de las consideraciones, de las críticas, del barrial de los accesos en los días previos, de los insuficientes baños químicos y de una seguridad laxa hasta la incomodidad, hay un partido que la Argentina necesita ganar para volver a meterse en las semifinales de esta competencia que tanto deseamos y tanto nos esquiva.
Ya quedó como historia vieja el durísimo triunfo que logró Federico Delbonis el viernes ante Andreas Seppi. Sin embargo, es una historia que cobra vigencia porque podría ser justamente el hombre de Azul el responsable de definir la serie, en el primer turno de hoy ante Fognini.
Fue el único partido jugado en una jornada en la que, cuando paró de llover, todo pasó a ser incómodo e inestable –tenísticamente hablando– por culpa del viento. Y Delbonis volvió a dejar en claro que, ganando o perdiendo, la Davis no le representa un condicionante especial. Esa es, paradójicamente, una condición indispensable para ser considerado un jugador copero. Federico es un tenista al cual el lenguaje corporal no le permite traslucir cierta condición impasible. Tal vez por eso ganó un partido extraño en el que casi siempre pasó lo opuesto a lo que presagiaba cada momento sensible.
Es muy probable que, a la hora de que usted se cruce con estas líneas, su partido con el mejor jugador local ya haya terminado. De tal modo, no tiene sentido que explique demasiado por qué creo que el argentino tiene todo para aprovechar la inestabilidad de estos tiempos de Fognini, uno de esos genios que, cuando afinan la raqueta, más que jugar al tenis escriben música.
Fue justamente ése el Fognini que se aprovechó del peor día del año tenístico de Pico Mónaco en la mañana de ayer. Juan tuvo un amago de recuperación en el tercer set, pero la sospecha de que si el tandilense concretaba la chance de sacar para ganar el tercer set –4-3 y 15-40– el asunto podía darse vuelta sólo quedó en un amago.
Fue un golpe ingrato para Mónaco, que volvió a la Davis con la ilusión del chico que ya no es y la maduración de los que sienten que la salud deportiva les regaló una segunda oportunidad.
Quizá Delbonis sí pueda llevar a Fognini al territorio de las dudas. Por estos días, para Fabio una zona de dudas se parece mucho al infierno tan temido.
Sin embargo, la real historia del sábado tenístico se jugó en el dobles, esa especialidad bastardeada en el circuito –tuvo que cambiarse la reglamentación para que no se la eliminase directamente del circuito de la ATP–, que recobra absoluta vigencia en la Davis. Y en los Juegos Olímpicos: una medalla en dobles no sólo vale tanto como una en singles sino que pesa lo mismo que una de Usain Bolt o de un palista uzbeco.
Arrancó para fiesta criolla, se complicó hasta el fastidio, pudo ser pesadilla y concluyó como la parábola perfecta, en relación con aquella referencia del comienzo respecto de esa versión deportiva de Rómulo y Remo que son la victoria y la derrota.
Fue la vuelta a la Davis de Juan Martín del Potro. Y les puso el sello de su jerarquía a varios de los momentos críticos del partido. Fue el debut como doblista de Guido Pella, que brilló en los extremos del partido lo suficiente como para dejar casi en lo anecdótico un bache que amenazó con amargarle la tarde hasta lo impensado.
A la vuelta del asunto, no sólo la Argentina volvió al hotel con una ventaja importante, sino que impidió que Fognini llegase al domingo con el impulso único de un singles poco menos que impecable y una victoria de esas que quedan para siempre cuando se levanta una desventaja de dos sets a cero.
Por cierto, también abrió un escenario atractivo para el caso de que sea necesario jugar un quinto punto, ya que, más allá de la decisión que tome el capitán argentino, Daniel Orsanic –sería un hecho de absoluta justicia que Mónaco pudiese darse el gusto de jugar y ganar un partido decisivo–, los italianos deberían elegir entre Seppi, que terminó el viernes algo mal de la espalda y bastante mal del espíritu, y Lorenzi, meritorio en una veteranía que lo ubica en el mejor momento de su carrera pero que resulta un gran interrogante a la hora de imaginarlo ante un escenario de semejante presión.
Como sea, está más claro que nunca que no hay nada definido. Y que es mucho mejor llegar en ventaja a la zona de incertidumbre.
Lo demás, bien lo sabemos los argentinos, es presumir que podemos descifrar los misterios y las trampas de una competencia esquiva. Un error que no me permito cometer. Al fin y al cabo, hay algo de sabiduría en aceptar que es cierto que, a veces, lo más difícil de conseguir es aquello que más se desea.