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TELEVISION 2016

El espejo social que nos cuesta ver

Si 2016 pasará a la historia como un año en el que se sacudieron algunas de las creencias y valores más aceptados de Occidente, la televisión abierta en los pasados 12 meses permaneció estática, con poca capacidad de respuesta y replegándose sobre sí misma.

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Si 2016 pasará a la historia como un año en el que se sacudieron algunas de las creencias y valores más aceptados de Occidente, la televisión abierta en los pasados 12 meses permaneció estática, con poca capacidad de respuesta y replegándose sobre sí misma. Una vez más la TV, que pese a su crisis continúa siendo la caja de resonancia social por excelencia, insinuó las tensiones culturales y políticas de estos tiempos, pero fue casi incapaz de traducirlas en hechos artísticos o en la construcción de empatía con su audiencia. Tal vez, como dice Raymond Williams tratando de definir la estructura de sentimientos o emociones que marcan una época, los análisis suelen hacerse en tiempo pasado, ante la imposibilidad de visualizar claramente las tensiones que se dan en el presente.

 La televisión abierta, como tal, es un modelo en crisis. Algunas cadenas, generalmente las más poderosas, han intentado sortearla saltando por encima del laberinto. Son los modelos on demand, producciones con códigos cinematográficos que hicieron de las “series” el producto televisivo por antonomasia.

No es el caso ni de buena parte de la TV mundial ni de la vernácula. El año 2016 refleja, menos por acción y más por omisión, una pantalla en pugna entre lo viejo y lo nuevo, que va desterrando un modelo que tocó las fibras profundas de una sociedad que conocía y era parte.

 Hoy ofrece algunos contenidos y estrategias de programación que reflejan el campo de batalla de los sentidos culturales. Un ejemplo es la cantidad de programas de paneles donde políticos, mediáticos y “panelistas”, un oficio casi exclusivo argentino, opinan de todo sabiendo casi nada. El valor de las palabras y, sobre todo, el pudor parecen desvanecerse. No importa lo que se dice y mucho menos cómo se dice. El decoro y la verdad esperan agazapados su momento.

 Este año, los canales líderes tuvieron más programas enlatados que propios y varias latas importadas, de calidad dudosa, coparon el prime time. La lógica economicista rigió por sobre el criterio artístico. Producir una telenovela original cuesta alrededor de 60 mil dólares por capítulo y una lata, entre 2 mil y 6 mil.

Si el modelo es “abrirse al mundo”, en la TV se traduce en reducir la producción bajando costos, renunciar a crear y vender formatos, a producir valor agregado exportando contenidos. Si esta idea consolida, su futuro seguirá hipotecado, tirando años de prestigio, en los que fue referente de calidad e innovación en el mercado global.

 Cada modelo de construcción política tiene su correlato en una manera específica de construcción comunicacional. La política de medios muestra el grado de innovación social y la relación gobierno-ciudadanos. Y la televisión fue reflejo de los nuevos paradigmas culturales y conflictos que marcaron este año.

 Las tecnologías y el marketing le dieron singularidad a la idea controversial de que todo tiempo pasado “cercano” fue peor, pero el “lejano” fue mejor. Se trata de volver a la “esencia” argentina desde una visión naïf de la política, ligada a una mirada individualista, voluntarista, motivacional y deshumanizada que derrama la cultura de los poderosos

En tiempos de “la alegría y la diversión” que se presenta como el cambio, es fundamental el entretenimiento para todos los gustos. El exceso que subestima a las audiencias es el circo romano televisado, como espejo de una sociedad degradada e infantilizada.

 Analizando 2016 y lo que preanuncia 2017, aparece una radiografía política epocal: medios públicos erráticos, deteriorados en sus propuestas artísticas, emulando los contenidos menos estimulantes de la TV comercial y con un fútbol privatizado. En términos generales, habrá más de lo mismo: latas extranjeras, repeticiones, achicamiento, paneles, éxodo de talentos, chatura, aburrimiento, salvo las excepciones de siempre. Quienes puedan pagarlo huirán y verán Netflix.

 Cualquier parecido con la realidad política no es casualidad, es causalidad y en algunos casos complicidad. Igualmente, la TV abierta seguirá siendo el punto de encuentro del imaginario social por muchos años más.


 */**Expertos en medios, contenidos y comunicación. *Politóloga. **Sociólogo.