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el ECONOMISTA DE LA SEMANA

El euro, el real y nuestro peso

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Los acontecimientos de las últimas semanas han vuelto a mostrar las insospechadas relaciones entre nuestra moneda y los avatares de la economía internacional.
La crisis del euro vuelve a estar en la mente de los operadores de los mercados financieros internacionales. Ya no alcanzan los anuncios de nuevos fondos de rescate, ni de nuevas medidas de ajuste. La lógica de los mercados, dominados por especuladores, es muy perversa, pero también muy sabia, y tiende a autojustificarse.
Cada día está más claro que los fondos de rescate no tienen como propósito otra cosa que el pago de las deudas con los bancos, y que poco les importa que la economía en cuestión vuelva a crecer, ni que los niveles de empleo caigan.
De lo que se trata con los ajustes y los préstamos de las instituciones gubernamentales es lograr salvar a los que fabricaron las burbujas inmobiliarias y financieras atraídos por las expectativas de apreciación de activos.

Experiencia. Esta lógica se completa con las lecciones de la experiencia de nuestro país, tan frecuentemente citado en los últimos días por la prensa internacional, y los artículos en revistas especializadas (ver especialmente el artículo de Dean Baker en The Guardian del 26 de noviembre pasado).
Estas lecciones son fundamentalmente tres:
1. Las políticas de ajuste sólo agravan la situación porque generan más recesión, debilitando las cuentas fiscales, y las posibilidades de repago de las deudas públicas y privadas.
2. Los mayores costos sociales se reflejan en un deterioro político del equipo en el Gobierno, lo que abre la expectativa de que accedan nuevas administraciones, con menor voluntad de honrar las deudas y/o de mantener las reglas cambiarias (el euro en el caso europeo, o la Convertibilidad en el caso de nuestro país). Por eso no se generan las respuestas correctas de los mercados ante los anuncios de ajuste.
3. Una vez que la deuda se defaultea y se abandonan los patrones cambiarios, se crean a los pocos meses las condiciones para volver a crecer sobre la base de exportaciones, y superar las restricciones propias de depender de una política obsesionada por “construir confianza”.
Esta lógica hoy domina los mercados internacionales, y alimenta las versiones más pesimistas. ¿Cómo nos golpearía a nosotros esta eventualidad? De varias maneras:
En primer lugar, el menor crecimiento de Europa no es un tema menor para el resto del mundo, ya que representa el 20% del PBI global. Se trata de un mercado importante para todos los países, incluyendo a nuestros principales clientes, Brasil y China.
También se trata del destino principal de muchas exportaciones nuestras, especialmente nuestras carnes, aunque las trabas que nosotros mismos hemos impuestos a nuestras ventas de carne a Europa disimulan las dificultades por las que atraviesa ese mercado.

Desconfianza. Pero el impacto más negativo y sorpresivo podría provenir de los movimientos financieros y cambiarios que la desconfianza sobre el euro puede generar. Yo lo vimos hace unos días, cuando se conocieron las dificultades de Irlanda; inmediatamente subió el dólar en todo el mundo como consecuencia del proceso especulativo paradójicamente llamado “huida hacia la calidad”. En pocos días el dólar se fortaleció varios centavos contra el euro, pero también contra otras monedas, como el real, e inclusive el peso de nuestro país salió de la siesta y se devaluó un par de centavos, algo que no ocurría hace varios meses.

Y todo esto ocurrió muy a pesar de los EE.UU. que quieren debilitar su moneda para iniciar un proceso de crecimiento basado en un mayor saldo comercial.
Si este proceso de debilidad del euro se profundiza puede constituir la razón –¿o la excusa?–, para que Brasil corrija parcialmente la excesiva apreciación de su moneda, que tanto niega, pero de la que tanto se habla en el vecino país.
El problema pasaría entonces a nuestro país, como sucedió en los meses finales del 2008.

Depreciado. Un real más devaluado les generaría a nuestros empresarios exportadores o competidores de importaciones desde Brasil una adicional pérdida de competitividad y de rentabilidad.
Es difícil anticipar cuál sería la respuesta de nuestro Banco Central ante este hipotético y por ahora improbable caso.
Seguramente, bien inspirado por la necesidad de restituir la competitividad de nuestra moneda, quiera acompañar esa movida, acelerando el ritmo de devaluación, como rápido de reflejos lo hizo hace dos semanas.
Pero entonces aparecerá nuestra mayor restricción de política económica: la inflación.

Nuestra inflación está “estabilizada” en el 25% gracias al congelamiento de las tarifas y la casi total estabilidad del tipo de cambio, posible por el contexto de debilidad del dólar en el mundo.
La necesidad de tener que acompañar la devaluación de nuestros vecinos, reclamada por los industriales de esos países para compensar la apreciación de los dos últimos años, puede constituir una mezcla complicada con nuestro proceso inflacionario.
Aún son muy bajas las probabilidades de que esto ocurra, y en Europa toda su dirigencia trabaja para que el euro sobreviva a pesar de las diferencias existentes entre sus socios.
No debemos subestimar este esfuerzo, ni creer que el mundo debe atravesar las mismas experiencias que vivimos hace diez años.
Pero curar en salud siempre es conveniente, y deberíamos aprovechar este contexto favorable para controlar la inflación, que no requiere pagar ningún costo recesivo, y así evitar el desafío de tener que hacerlo en un contexto de un dólar fortalecido.