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El evangelio de Coetzee

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El mundo de la literatura está tan saturado de estupideces que es gratificante agarrar un libro, abrirlo, leerlo y quedar maravillado por la historia que se cuenta. Ni presentaciones de libros, ni reclamos de agentes literarios, ni estrategias de marketing, ni podios, ni premios, ni fans ni anti fans, sólo una buena historia, como un pedazo de pan en un día con hambre. Eso trae La infancia de Jesús, la última novela de J.M.Coetzee. El lanzamiento de este libro fue acompañado por una retórica crítica hostil. “La última novela de Coetzee es una cagada”, dice un crítico español. “No se entienden los personajes, no se sabe de qué va”, dice una novelista yanque. Cuando Bob Dylan sacó Self Portrait, en los setenta, Greil Marcus se preguntó ¿Qué es esta mierda? Bueno, lo que hay que saber en primer caso es que con la mierda se puede hacer combustible. Y esta novela de Coetzee carga combustible espiritual. ¿De qué va? Un hombre de cuarenta años y un chico de cinco llegan a un país como refugiados. El hombre quiere que el chico encuentre a su madre, quien supuestamente está ahí. En el nuevo país les ponen nuevos nombres. Simón, para el hombre, David para el chico. No se sabe en qué momento sucede el relato, ni dónde queda el país, ni hay referencias de ningún tipo. Parece, sí, que Coetzee intenta reescribir el evangelio. El niño, por ejemplo, es muy especial y podría ser una de las muchas versiones de la vida de Jesús. La novela tiene una tensión religiosa, de relato inicial, casi gnóstico. Para echar una luz poderosa sobre la historia humana, sobre sus vericuetos y tragedias, parece pensar Coetzee, es mejor escribir desde el costado de ella, sin dejarse atrapar por fechas y sucesos. Si en Vida y época de Michel K, su primer obra maestra, los personajes, beckettianos, eran atravesados por la historia cruel de Sudáfrica, en esta novela la saga de los hombres aparece de manera abstracta, en sus frases, en sus decisiones, en sus tragedias. Como todos los grandes libros, es mucho más lo que se pregunta que lo que responde. ¿Quién habrá sido, en realidad, Jesús? ¿Por qué su relato, lo que nos vino a contar, se volvió adictivo? ¿No estará hoy el salvador entre la gente común, entre las barriadas atestadas, jugando al bowling con sus amigos?  “Yo soy la verdad”, dice David, el nenito, en un momento de la novela. Y uno asiente, poderosamente convencido de lo que lee.