COLUMNISTAS

El fin del periodismo

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“Parece inconcebible que alguien no milite en algo; y, en consecuencia, no odie cuanto quede fuera del territorio delimitado por ese algo. Aquí, reconocer un mérito al adversario es tan impensable como aceptar una crítica hacia lo propio. Porque se trata exactamente de eso: adversarios, bandos, sectarismos heredados, asumidos sin análisis. Toda discrepancia te sitúa como enemigo (…) Ese ‘conmigo o contra mí’ envenena, también, las redacciones (…) Las redacciones están tan contaminadas de ideologías o actitudes de la empresa, se exige tanta militancia a la redacción, que hasta el más humilde becario que informa sobre un accidente de carretera se ve en la necesidad de dar en su folio y medio un toquecito, una alusión política, un puntazo en tal o cual dirección, que le garantice, qué remedio, el beneplácito de la autoridad competente. Y ya que hablo de sucesos, está bien recordar que hasta los sucesos, los accidentes, las desgracias, son tratados ahora por los medios, a menudo, según el parentesco político más cercano. Según sea la militancia de los responsables reales o supuestos. Y a veces, hasta de las víctimas.”

Estas palabras las pronunció hace unas horas, en Madrid, el periodista y escritor Arturo Pérez-Reverte, como parte de su largo e impactante discurso con motivo de la entrega de los Premios Ortega y Gasset que entrega el diario El País. Se refería a España, claro, pero sin mover casi una coma se podría aplicar perfectamente a nuestro país y a muchos otros.

A más de un lector o colega le inquietará que, una vez más, lo que sucede en la Argentina no es excepcional. Ni los mejores, ni los peores.
Convendría no explicar la patinada de ayer respecto a la “falsa” carta papal que resultó auténtica sólo como un error flagrante de monseñor Kacher, que lo fue. Deberíamos aprovechar desde los medios y desde nosotros, los periodistas, para hacer un examen más riguroso sobre lo que hacemos y cómo lo hacemos. Porque no lo estamos haciendo bien.

Sin autocrítica y con tanta impostura, adjetivación y sobreactuación ponemos en riesgo el bien más preciado de nuestra actividad, que no es la derrota o el éxito de un gobierno, sino la credibilidad. Ella es nuestro fin. Sin ella, nuestro final.