Lo más noble del fútbol se ha puesto en marcha. El campeonato local es, pese al incesante ataque a
su calidad y a la justicia de sus resultados, que imponen a su desarrollo las nutridas competencias
continentales, lo mejor, lo puro, lo querible del fútbol como tal, por afuera del negocio. Ya se
les cayó la estantería a algunos locales, ya algún candidato se pregunta dónde está parado de
verdad, y nacen otros sueños, expectativas de las que se revelan sobre la marcha, que apenas unas
horas antes de iniciarse el
torneo ni se mencionaban.
Que nadie se llame a engaño: la semana próxima puede ser exactamente al revés porque lo
sabido, aquello que se puede firmar de antemano, es que la irregularidad caminacon todos los
actores del brazo y por la tabla. Siete técnicos nuevos en los equipos, con sólo cuatro que hace
apenas un año dirigían al mismo cuadro, 45 jugadores de primer nivel que ya se fueron, en este
fútbol metafórico del mundo, de migraciones constantes, y 25 retornos, con nombres ilustres como el
Mono, Ponzio y sobre todo Riquelme, imponen cambios que luego se traducen en inspiradas actuaciones
un domingo, y horribles partidos al siguiente.
En dos o tres semanas lo vamos a arreglar, prometerán algunos técnicos de cara a los primeros
traspiés, mientras arma a como dé lugar su línea de cuatro, para pelear por un mes más de trabajo,
apostando a que la fortuna cambie sus destinatarios. Pero la suerte está echada en esos primeros
encuentros cuando el entrenador descubre que el recién llegado no es lo que pensaba. Rusticidad y
desesperación para defender resultados que no los eyecten de la actividad con la misma ansiedad
pero menos divertidos que el juego de la silla.
Una vuelta tapa todo. Se juega, al partir por el campeonato. Eso lo hacen Boca y River, con
los motores más potentes y, como pocas veces, necesitados sus directivos del éxito que se celebra
en la mitad del año. Política en el caso de Macri; tapar desajustes nunca observados en la venta de
jugadores por el lado de Aguilar e Israel en la conducción de River. Nada les importa más a los
hinchas que una vuelta olímpica, lo firma un tal López. Pero de lo contrario, la gente empieza a
fastidiar haciendo cuentas.
Los demás son los Copersucar de la Fórmula 1, los Minardi, los que ganan si la Ferrari o
McLaren se quedan sin nafta o sin las cuatro ruedas. Hay que ser justos con el fútbol después de la
última frase: es bastante menos predecible que la actividad mecánica. Aquí hay grupos que un día se
abrazan de una manera especial sin saber por qué ni hasta cuándo y se levantan en sueños
insospechados. Eso fue Estudiantes cuando, al agua sin gas que había sido el campeonato, le dio el
sabor más fuerte bebido en los
últimos años.
Vélez con toda su dignidad, sabe que dará pelea, que la mayor cantidad de goles de la cantera
será suya, que si gana será el más ponderable de los vencedores y que, si cae, si queda quinto,
igual no le cabe ni un reproche, porque todo lo hace por un camino de dignidad institucional que
los demás no pueden alcanzar hace años. Vélez es la utopía que sirve, como dice Galeano, para
caminar; aunque nunca se la alcance. Pero Vélez, a veces, la alcanza o la roza.
Están los otros grandes del pasado. Salen a la cancha a ser lo que fueron esas camisetas y no
pueden. Casi nunca pueden. El fútbol rendido en el altar del negocio, los desangro y los ubico
deportiva y económicamente muy lejos de River y Boca, y totalmente al alcance de los clubes chicos.
Menos en la economía, en la televisión, en la cancha, al cabo de los más de 10 años de un
fútbol estafado del que ellos podrían proclamarse como las principales víctimas, por todo lo que
han perdido, son como los amores de estudiantes, del tango; hoy una promesa, mañana una traición.
Otros menesteres. Está también la batalla contra la violencia, que a lo mejor presenta un
capítulo positivo, ahora que la AFA, jaqueado Grondona por sus incontables errores, decide hacer
buena letra. El ejemplo que llega de Italia es una bofetada en el rostro impávido de la dirigencia
del fútbol argentino, sin justicia, sin tribunales serios, con una conducción que abochorna. La
violencia y la corrupción (aunque no sea estructural como por estas latitudes) pueden afincarse en
cualquier parte. La diferencia es qué se hace con esas plagas. Los italianos, con su fútbol a
puertas cerradas este domingo, sin importarles que sean el Inter, el Milan, la Juventus los que
juegan sin público, invitan a los dirigentes que encabeza el patético mandamás del último cuarto de
siglo a mirarse en ese espejo.
Pero el fútbol no son ellos. Sucede a pesar de ellos. Es su sueño de hincha, parado con su
hijo de la mano cuando sale su equipo a la cancha, el talento extraordinario del jugador argentino,
la historia que empuja como ninguna otra, el domingo, el sol, la buena puteada a un árbitro, el
choripán del entretiempo, los atribulados directores técnicos, los que como una manivela a la que
entre todos hacemos girar damos impulso a un juego que siempre renace, porque es realmente parte de
nuestra vida.