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El gato de Wilcock

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La historia es conocida y a lo largo de los años se fue contaminando de detalles excéntricos; por eso nos remitimos aquí a la que podría considerarse la versión más fiel, que es la que suministra Vittorio Gasman en el libro Un gran porvenir a la espalda. Vidas, amores y milagros de un mattatore contados por él mismo. Como suele ocurrir con los relatos que pasan de boca en boca, el protagonista de éste terminó siendo el propio Gassman, cuando Gassman, en realidad, no es más que el mensajero: el protagonista fue Gigi Proietti, un actor romano nacido en 1940 con una vida repleta de éxitos teatrales, pero famoso sobre todo por haber sido la voz en los doblajes de muchas películas de Robert De Niro, Richard Burton, Charlton Heston y Marlon Brando (en 1996 protagonizó una serie televisiva que gozó de bastante éxito: Il maresciallo Rocca). El relato, al parecer, fue hecho por el propio Proietti a Gassman, quien lo consultó, justamente, para obtener la versión acabada y poner fin así a las variaciones excéntricas que poco a poco la iban contaminando. Juan Rodolfo Wilcock, el escritor argentino nacido en 1919 e instalado definitivamente en Italia en 1957, vivía pobremente en su pequeña casa en Lubriano, a 130 km de Roma, donde traducía al italiano a Joyce, a Flann O’Brien y a Virginia Woolf, y al mismo tiempo escribía novelas, relatos y obras teatrales que aún hoy siguen siendo para los italianos (y para los argentinos, faltaba más) una muestra de extrañeza, finura y delirio difíciles de comparar, y de imitar. Según el relato de Gassman, Gigi Proietti le hizo la siguiente relación (que no copio, porque no dispongo del libro, pero que palabras más, palabras menos, decía exactamente lo que sigue). Que dado que Proietti estaba interesado en montar en algún teatro italiano una versión de La trágica historia del doctor Fausto, de Christopher Marlowe, tragedia maestra escrita en 1604, y dado que le habían hablado de Wilcock como un traductor exquisito y fiel, había ido a verlo en su chacra de Lubriano, donde vivía con la sola compañía de un perro y un gato, para proponerle el encargo; que la conversación avanzaba plácidamente con Proietti y Wilcock sentados frente a frente en sendos sofás, en el respaldo de uno de los cuales descansaba no menos plácidamente un gato; que en un momento en que Wilcock se explayaba marcando las diferencias entre el Fausto de Marlowe y el de Goethe, el gato bajó de un salto al suelo y claramente dijo: “Me voy, estos tipos me aburren”; que Wilcock siguió hablando como si nada hubiera pasado, a lo que Proietti lo interrumpió para decirle: “Disculpe usted, pero su gato acaba de hablar”, a lo que Wilcock respondió: “Sí, es raro, nunca habla en presencia de extraños. Como le venía diciendo, Fausto...”.