COLUMNISTAS
DEL PAPELON JUVENIL AL SHOW DE MARADONA & MESSI

El genio, la lámpara y Dios en el banco

Después de la frustración del Sub 20 de Batista, la Selección de Diego Maradona le ganó en su propia casa, con autoridad y momentos de lujo, al subcampeón mundial, Francia. El increíble fenómeno de Diego todo lo puede: su sola presencia parece intimidar a rivales y potenciar a los jugadores que están a sus órdenes. Fue un show ver a Messi en contacto con la pelota: su enganche en velocidad en la jugada del segundo gol fue una verdadera obra de arte. El resto funcionó a pleno, aún sin estrategas como Riquelme y Verón. Una fiesta total con imágenes para el recuerdo.

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“¿Por qué he de preocuparme?. No es asunto mío pensar en mí. Asunto mío es pensar en Dios. Es cosa de Dios pensar en mí”

Simone Weil (1909-1943)

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Hacía falta una visita así a Europa. La cosa era difícil, pero todo salió mejor de lo que los analistas preveían. Gran semana para la Cancillería, entonces. Alivio por el repunte de una imagen pública que no venía para nada bien y una enorme satisfacción por el resultado final, a pura pompa y nobleza. ¡Esa, compatriotas, es la Argentina que queremos! Fue 2 a 0 y de visitante, contra el último subcampeón mundial. ¡Y olé!

Messi no es Maradona; y uno puede estar seguro de eso porque Maradona es el señor que lo mira serio, desde el banco. Pero con la pelota en los pies se le parece, y mucho. Da la impresión de que, en cuanto se le cante, el chico podría acelerar, dejar atrás a la defensa rival entera y dejarla mansita en el fondo del arco. Dice poco sin su instrumento, pero brilla con un halo cegador cuando lo siente cerca de su empeine zurdo. Parece ausente, o distante, y de pronto... una maravilla. Parece uno de esos tipitos de PlayStation: existe solo cuando el comando lo señala y ahí sí, define todo. Sin la pelota desaparece. Es una amenaza, una presencia perturbadora, pero no esa usina de energía pura que irradiaba Maradona; la misma que aún hoy lo mantiene como estrella absoluta vaya donde vaya y haga lo que haga. Incluso dirigir fútbol.

Francia tiene a un astrólogo simpático y de buen decir como técnico. Le ha ido bien y hoy, no tanto. La gente lo quiere matar. “¡Domenech dimisión!”, gritó la pasional tribuna marsellesa en pleno baile maradoniano, furiosos por su reticencia al recambio generacional. No hay caso: don Raymond es un conservador y pese a la condena popular por ahora se niega a juntar en un mismo equipo a las jóvenes estrellas, lideradas por Benzema y Nasri. Para colmo, les da la manija a Toulalan y Diarra, tan voluntariosos como rústicos. Así, pese a las buenas intenciones, su juego es liviano, previsible y aburrido. Uf. Razón no les falta.

Argentina hizo un gran partido, lo que no significa que el partido haya sido grande. Los dos llegaron con problemas. Francia sufre por culpa del natural proceso de renovación y en Argentina se notó la ausencia de un jugador que maneje los tiempos y enlace las líneas. Riquelme para unos; Verón para mí.

Messi y Agüero, el yerno oficial, se aburrían arriba. El improvisado 4-4-2 sin extremos verticales que lastimen y con el dúo Mascherano-Gago muy atrás, aguantó bien los primeros amagues franceses pero mató de inanición a nuestra delantera de PlayStation. Maxi no brilló y Jonás, al menos, se dio el lujo de ponerle su firma al tiro de metegol que terminó en gol y abrió el partido. Era lo que se necesitaba. Recién allí el equipo pudo soltarse para terminar a toda orquesta.

Frank Ribéry nació donde murió San Martín, en Boulogne Sur Mer, frente al Canal de la Mancha; pero bien podría haber nacido en Barracas. Impresiona más por su juego desfachatado que por las espantosas cicatrices que dejó en su rostro un accidente automovilístico. La pisa, amaga, habla, desborda, discute, sonríe. Divierte verlo en acción. Es la contracara del circunspecto Henry, viejo merodeador de áreas siempre dispuesto a ejercer sin pasión su oficio de verdugo. Poco más hubo, ahí enfrente. A Anelka, caído y resucitado demasiadas veces en su carrera, ni se lo vio; salvo por un gol hecho que se perdió en el achique perfecto de Carrizo.

Jugó bien el arquero castigado por los laziales romanos, tan duros y con tanto admirador del Duce entre sus hinchas. Bien Maradona por bancarlo en las malas. Respondió, por suerte. Muy firme Demichelis, el novio de América; liderando una defensa que bien podrá incorporar a Samuel en alguna parte, sobre todo si piensan jugar con tres abajo. Papa, el elegido, es a Maradona lo que Olguín a Menotti, o Garré a Bilardo. Será capricho, o mérito genial. Ganó y perdió contra el francés más feo pero no desentonó, pese a la pesada mochila que llevaba en los hombros.

¿Se podrá ganar un Mundial con esa Armada Brancaleone tan virgen de experiencia que rodea a Maradona? ¿Serán capaces de encausar las pasiones de estos talentosos muchachos, demasiado ricos como para soñar despiertos? Después de estas extrañas pruebas de sugestión positivista, contagio masivo y devoción sin límites, uno tiende a pensar que sí. Que aunque parezca loco, con Maradona todo puede ser.

No es la lógica la herramienta más adecuada para juzgar a alguien que fue capaz de salir a jugar finales con tobillos destrozados y el cuerpo limado por sustancias tóxicas. Un hombre que, en menos de 20 meses, pasó de ser un enfermo terminal a un globetrotter que corre detrás de la pelota en un cajoncito, por dinero y para la tele.

La decadencia se le cae encima y el tipo zás; va, engancha, pica, se aleja y se reinventa. Convence al mundo de lo que el mundo siempre supo: todavía es dueño de algo que el gran negocio nunca podrá comprar. Magia pura. Una fórmula más secreta que la de la Coca-Cola. Por eso lo adulan tanto y lo persiguen. No me pidan que lo explique mejor. Te amo, te odio; dame más. Es así de raro, como el país en que nacimos. Amén.