COLUMNISTAS
Opinión

El gran amarrete

Pocos artistas han combinado como Dylan la creatividad, el amarretismo y la habilidad para difundir su obra.

Imagen Default de Perfil
Portal Perfil.com | Perfil.com

Mientras las redacciones se desvelan por hablar del nuevo Nobel de literatura, permítanme volver al anterior, es decir, a Bob Dylan. Mucho se discutió al respecto, pero una cosa era evidente: que Dylan no iba a dejar pasar la oportunidad de embolsarse un cheque por 930 mil dólares. Así fue: aunque hizo todo lo que pudo por evitarlo, terminó accediendo al requisito que le impuso la Academia Sueca para cobrar, el de producir un discurso de aceptación (a su vez, profundamente elogiado en la prensa, etcétera). Pocos artistas (Picasso es otro ejemplo) han combinado como Dylan la creatividad, el amarretismo y la habilidad para difundir su obra.

Con la inestimable ayuda de la discográfica Columbia (a la que se mantuvo fiel desde su primer LP, editado en 1962), Dylan montó una industria a partir de su discografía (con anexos en la literatura, el cine, la radio y la plástica) que incluye la producción anual de álbumes nuevos y otros que agregan tomas alternativas y material inédito. Dylan parece haber sido el primero en ganar dinero con los discos piratas a través de la notable serie de los bootlegs, que ya va por el número doce. Presentados como cajas, los últimos vienen en versión común, deluxe y especial, según lo que el comprador esté dispuesto a gastar. Máxima extravagancia: en 2016 salió una caja de 36 CDs con los controvertidos conciertos que Dylan dio con The Band a lo largo de 1966. Si es verdad que los discos están en proceso de extinción, Dylan sigue vendiéndolos.

Hubo dos declaraciones de Dylan que, en su momento, fueron escandalosas. Cuando rompió con el folk progresista, le dijo a Joan Baez que se quedara ella cantando Copper Kettle, tradicional canción inglesa de fogones, y que él se iba con los rockeros eléctricos a tocar sus propios temas. Veinte años después, declaró que el Tin Pan Alley (la usina de producción en serie de canciones populares) había desaparecido porque, al componer sus canciones, él había dejado a esos tipos sin trabajo. Esto apuntaría a definir a Dylan esencialmente como poeta, o al menos como letrista. Sin embargo, no sólo terminó grabando Copper Kettle, sino que en los últimos años produjo una serie de discos con canciones folk de las que había renegado. Y después, otra serie dedicada al repertorio de Frank Sinatra, por supuesto con canciones del Tin Pan Alley. El último es el triple Triplicate, que salió en marzo. En sus años de madurez y en sintonía con la explotación de su obra, Dylan tiende cada vez más a combinar sus distintos períodos. Si el último bootleg, The Cutting Edge (15 discos), está dedicado al punto culminante de su carrera (1965-1966), el próximo, Trouble No More (9 discos), recupera su momento más bajo (1979-1981), cuando se convirtió a la secta de los Cristianos Renacidos.

Hace poco, un tal Samuel Huxley Cohen recopiló en una playlist de Spotify 764 canciones de Dylan. Son 55 horas y 7 minutos de música. Escuchar este monstruo de modo aleatorio (la aleatoriedad es un tema fascinante cuyos detalles merecerían más espacio y más neuronas de las que me quedan) es la prueba definitiva de que la riqueza y la variedad que constituye el corpus artístico-vital-tecnológico-comercial llamado Bob Dylan no tiene comparación posible. El Nobel de literatura sólo confundió un poco las cosas.