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POLITICA y SOCIEDAD

El largo plazo

Uno de los lugares comunes de la política nacional es sostener que mientras no tengamos en nuestro país una política de mediano o largo plazo no encontraremos solución a nuestras dificultades.

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Uno de los lugares comunes de la política nacional es sostener que mientras no tengamos en nuestro país una política de mediano o largo plazo no encontraremos solución a nuestras dificultades.
Se insiste en afirmar que nos ahogamos en la coyuntura, que confundimos lo urgente con lo importante, lo beneficioso con lo popular, lo contingente con lo estructural, y que de seguir de este modo no saldremos del pozo y estaremos a merced de los vientos globales y de la diosa “fortuna”.
Para implementar una política de largo plazo que evite las crisis recurrentes, lo primero que se hace es medirlo, lo que da, por lo general, un período de veinte años. El largo plazo implica elaborar un programa hasta el 2029.
De acuerdo con esto se habla de proyecto de país, de una visión a distancia que incluye políticas educativas, de salud, de infraestructura, una ubicación sostenida en el tiempo en lo que respecta a las relaciones internacionales y al sistema de alianzas geopolíticas, hasta hay quienes proponen una refundación alberdiana de la Argentina con la repoblación del país y el traslado de millones de argentinos a varios puntos del territorio nacional, en suma, se trata de que la sensación de futuro sea parte del presente.
La condición sine qua non de un despegue sustentable económico, político y social, requiere pautas insoslayables como la construcción de un Estado eficiente, por lo tanto una reforma del mismo, seguridad jurídica que evite transferencias de recursos de acuerdo a las necesidades del momento, que impida la apropiación de ahorros y licuación de los depósitos por inflación, una política salarial que no esté en un eje de discusión cada trimestre, una serie de medidas que remiten a la delineación de reglas para la acción, marcos de previsibilidad, estabilidad institucional y confianza social.
Para que este deseo se haga realidad se apela a la colectividad en su conjunto, a un consenso sólido e inquebrantable que nos comprometa a todos los ciudadanos en un proyecto común para las próximas décadas.
Se trata de realizar un gesto colectivo, un gran gesto que haga historia y que trace un límite entre un antes y un después, de un gran acuerdo nacional (GAN). Esta actitud fundacional puede ser bautizada de varios modos. Uno de ellos es un contrato moral, otro, Pacto de la Moncloa, a veces se le da sólo una dirección como la transversalidad, o un punto de condensación designado con el llamado a un tercer movimiento histórico. Se añaden palabras que proponen un dispositivo concreto como coalición, frente, alianza, concertación, y se les atribuye cualidades como solidaridad, pluralismo, civismo, progresismo, y el pro recreacionismo.
Este deseo debería ampliar la mira de una realidad que no tiene otro modo de ser nombrada que de “corto plazo”. Esta breve escansión temporal tiene un recorte mínimo que se llama “hoy” y una extensión máxima que se mide en meses y está limitada por el próximo acto eleccionario.
Sin embargo, resulta contradictorio pensar en el largo plazo cuando hay una crisis de autoridad como la que hay en la Argentina. Existe un fenómeno de anomia cuyo epicentro y sistema de resonancia va y vuelve del Estado a la sociedad civil. Después del Proceso, en que el terrorismo de Estado fue ley junto a la violencia de las formaciones especiales; luego del inicio de un período democrático con un presidente elegido y echado como Alfonsín; la condena pública al único presidente argentino con dos períodos completos acusado de destruir al Estado e instalar la corrupción sistémica, De la Rúa humillado y expulsado y el año 2002 con un Duhalde impotente, luego de estos acontecimientos ha quedado la única autoridad vigente: la Caja.
Por eso, refundar moral e institucionalmente una república en vistas a un largo plazo exige cambiar las actitudes en el corto. Apurados por el mismo, lo que percibimos en lo inmediato es un festival eleccionario, un desplazamiento irrestricto de candidatos, la ausencia de estructuras partidarias, un bombardeo de insultos y denuncias, acusaciones de traición y ajustes de cuentas estridentes, golpes de efecto a granel.
No es con los meros anuncios de acoplamientos, engordes de tropa y candidaturas presidenciales que se crean alternativas políticas. Gobernar a nuestro país exige tener propuestas para lo immediato y transmitir en forma clara con qué alianzas de poder se espera llevar a cabo los cambios anunciados.
De acuerdo al fenómeno de “desobediencia civil argentina” (DCA) que presenciamos diariamente con ejemplos innumerables como los actos de violencia sin detenidos, los cortes de puentes internacionales, las obligadas moratorias por falta de cumplimiento fiscal, la resistencia de los sectores de mayores ingresos a pagar aumentos tarifarios, el rechazo a todo ajuste en los peajes y a la reorganización de la circulación urbana, la imposibilidad de reglamentar las huelgas por internas gremiales en los servicios públicos, el colapso de los sistemas de seguridad y toda la gama en que no se ejerce la autoridad en el país, en un contexto así, un plan de largo plazo que estampe la firma de todos los argentinos en un contrato moral de civilidad y buena conducta, que movilice a millones de personas a otras zonas del país, que ordene el presente en nombre del porvenir, que postergue intereses inmediatos a favor de progresos futuros, constituye un sueño recurrente sin ningún despertar.
Desde mi punto de vista, estimo que hasta que no haya consensos en el corto plazo, en el cortísimo plazo, a nosotros, los argentinos, el largo nos queda muy lejos. Consenso sobre retenciones, consenso sobre boleto electrónico, consenso sobre Botnia, deuda externa, financiación de partidos políticos, necesidades presupuestarias, superpoderes, etc, etcétera; es decir para los problemas domésticos del día a día, sin eso difícilmente nos pondremos de acuerdo para las próximas décadas.
La labor legislativa del último semestre del 2008 constituyó un avance respecto del pasado para formar consensos y abrir los debates sobre cuestiones que antes se resolvían de modo inconsulto y a mano levantada. Una nueva composición parlamentaria debería ayudar a que las mayorías no estén digitalizadas por necesidades financieras y a merced de las conveniencias de los gobernantes de turno.
El comportamiento de un nuevo Parlamento sobre las cuestiones de coyuntura nos dará una idea sobre las posibilidades de llegar a acuerdos sobre plazos algo más largos. Al largo se llegará estirando los cortos.

*Filósofo.

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