COLUMNISTAS
trenes

El mal relativo

Pensaba contestar los dichos del Sr. Fogwill en su columna de la semana pasada, quien, barthesianamente, piensa que “la lengua es fascista” y, aun deplorando sus categorías, recurre a ellas porque su pusilanimidad le impide imaginar modos de resistencia.

|

Pensaba contestar los dichos del Sr. Fogwill en su columna de la semana pasada, quien, barthesianamente, piensa que “la lengua es fascista” y, aun deplorando sus categorías, recurre a ellas porque su pusilanimidad le impide imaginar modos de resistencia. Como el vocabulario de Fogwill es el mismo que utilizó simultáneamente Rafael Spregelburd en sus anotaciones alemanas de viaje, dejo a esos dos titanes del ring sabatino que se las arreglen con su lengua común (vulgar no, comunitaria) y paso a dedicar los pobres artificios de mi prosa a denostar el informe de Green Cross, para cuyos expertos la controvertida papelera Botnia no habría contaminado ni el aire ni el agua en sus primeros días de funcionamiento, en consonancia con el disparatado informe oficial de la Dirección Nacional de Medio Ambiente de Uruguay, que indica que la planta “no afectó el ecosistema”.
La contaminación podrá no ser (todavía) tóxica, pero que la hay, la hay, y ninguna operación de prensa como la que encabeza la ONG patrocinada, entre otras luminarias, por Steven Seagal, Brad Pitt y Leonardo DiCaprio podrá convencernos de lo contrario. Aunque el hedor de Botnia no alcanzara a atravesar el río Uruguay (y no se entiende cómo alguien podría sostener una hipótesis tan peregrina), bastaría con la contaminación visual (la misma que sufre cualquier paseante de la Reserva Ecológica en Buenos Aires cuando mira la Corporación Puerto Madero) para aborrecer ese proyecto del mal y de la destrucción. En lugar de pretender tranquilizar las alarmas ciudadanas, los ambientalistas deberían dedicarse a censurar la producción de basura (packaging, folletería, etc.), herramientas viles de comunicación que ponen al planeta entero en agonía.