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Para Aristóteles es la sustancia; para Descartes, el cogito; para Leibniz, las mónadas; para Bergson, la duración, y así sucesivamente.

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Cada tanto, algún gran filósofo escribe un ¿Qué es la filosofía?, en especial cuando ya ha logrado reconocimiento, como una especie de memoria de los principales problemas que guiaron su pensamiento. Deleuze y Guattari lo hicieron en 1991, en un libro precisamente así titulado, el último escrito por ambos. Desde el comienzo, marcan la relación entre el tema y el momento de la escritura. Esta es la primera frase: “Quizá sólo pueda hacerse la pregunta por qué es la filosofía tarde, cuando llega la vejez”. Luego avanzan sobre una definición casi programática, hoy ya casi célebre. “La filosofía es el arte de formar, de inventar, de fabricar, de crear conceptos”. Para Aristóteles, es la sustancia; para Descartes, el cogito; para Leibniz, las mónadas; para Bergson, la duración, y así sucesivamente. De ahí que “crear conceptos siempre nuevos es el objeto de la filosofía”. Profundos lectores de Nietzsche toman la idea de sus papeles póstumos: “Los filósofos no deben ya contentarse con aceptar los conceptos que les vienen dados, para simplemente enjabonarlos y hacerlos relucir, sino que es necesario que comiencen a fabricarlos, a crearlos, a colocarlos y a persuadir a los hombres de usarlos”.

Atentos a la época, a la catástrofe de nuestra época, Deleuze y Guattari la diagnostican como el momento en que “el marketing, el diseño, la publicidad, las disciplinas de la comunicación se apropian de la palabra ‘concepto’ (…). El marketing retoma la idea de una cierta relación entre el concepto y el acontecimiento”. O dicho de otro modo: “El movimiento general que ha reemplazado la crítica por la promoción comercial no dejó de afectar a la filosofía”. La filosofía se encuentra en una posición agonística con respecto a los discursos “creativos”, que no son más que los garantes del orden dominante. Al mismo tiempo que una agudísima reflexión sobre el estado de la filosofía, el libro de Deleuze y Guattari es también un pensamiento en combate contra el tiempo en que la publicidad (y la política, términos que se han vuelto intercambiables) funciona como un adormecedor de las potencialidades subversivas del deseo.

Recientemente, Giorgio Agamben también publicó un ¿Qué es la filosofía? (Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2017), en el que curiosamente no se menciona el de Deleuze y Guattari. Texto tal vez más modesto, o en todo caso menos abierto al mundo sociohistórico, los pasajes en los que sí toma esa postura son magníficos, como el apéndice final dedicado a la relación entre música y política, en el que escribe: “La filosofía hoy sólo puede darse como una reforma de la música”. Luego pasa a una digresión clave sobre la genealogía de “música” en relación con su origen como “musa”, avanza sobre cómo aparece el tema en los griegos (“Si el acceso a la palabra está determinado musicalmente (…) se entiende porque tanto Platón como Aristóteles sólo tratan de las cuestiones musicales en las obras dedicadas a la política”) para desembocar en dos conclusiones: “Los griegos sabían perfectamente lo que nosotros fingimos ignorar, es decir: no sólo es posible manipular y controlar una sociedad a través del lenguaje, sino sobre todo a través de la música”. Y finalmente: “La mala música que hoy invade nuestras ciudades en todo momento y en todo lugar es inseparable de la mala política que las gobierna”.