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estrategia del final

El modelo ha muerto, el problema es su fantasma

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La economía argentina presenta hoy caída en el nivel de actividad y en la tasa de empleo privado, mientras mantiene una tasa de inflación muy elevada.

Esta recesión con inflación no es producto, como se sostiene desde el oficialismo, de obstáculos coyunturales surgidos de la pelea con los buitres o del complot de los poderes concentrados.

La situación actual es producto del intento de prolongarle la vida artificialmente a un modelo que ya presenta “muerte cerebral”.

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Me explico. El huevo de la serpiente del desbarajuste actual surgió con la política de aislar los precios locales de la energía y de la producción agropecuaria del formidable aumento de los precios internacionales de esos productos que se vivió en el período 2003/2012, con la interrupción de 2008-2009 por la crisis internacional.

En otras palabras, a partir de la destrucción de los precios “verdaderos” del petróleo, el gas, el trigo, la carne vacuna o el maíz, por citar algunos ejemplos, los mercados de dichos productos presentaron una discrepancia creciente entre oferta y demanda que terminó en caídas de producción y la necesidad de importar, o en sustitución a favor de la soja, y caída en el resto de la producción agropecuaria, acompañada de restricciones y cuotas para exportar.

Esto sucede en todo mercado donde se destruye su señal principal, el sistema de precios. Mientras la cantidad producida y los precios de la soja y derivados “acompañaron”, el problema se notó menos. Pero el estancamiento de la producción de soja y el freno al crecimiento de su precio internacional explicitó claramente el problema.
Con menores exportaciones y mayores importaciones, y con el mercado internacional de capitales relativamente cerrado –por decisión del gobierno argentino–, las reservas de dólares del Banco Central empezaron a caer para atender los pagos de deuda.

Del otro lado de la ecuación, sostener el consumo privado a través de un creciente y en muchos casos ineficiente y “corrupto” gasto público (recuerde una perogrullada, detrás de cada peso que “gasta” el sector público hay un “privado” que lo recibe, sea empleado público, jubilado, subsidiado, etc.) obligó a llevar la presión tributaria a un récord en todos los niveles y a recurrir a la emisión de pesos del Banco Central para cerrar el déficit. Un Banco Central que pierde activos –las reservas– mientras aumentan sus pasivos –los pesos que emite– sólo puede “cerrar” su balance con una devaluación, para hacer crecer artificialmente las reservas valuadas en pesos. Pero la devaluación termina, tarde o temprano, en los precios internos.

En síntesis, una economía que, a los precios relativos del “modelo”, produce recesión e inflación.

Sólo con otros precios relativos la economía argentina podría retomar un sendero de crecimiento, recuperando inversión y flujos de capitales.

Pero la experiencia de nuestro país indica que los gobiernos no terminan con sus modelos, sino que los modelos terminan con los gobiernos. A lo máximo que pueden aspirar los gobiernos con modelos agotados es a que “aguanten” hasta el cambio de mandato, de manera de no pagar totalmente los costos de sus desatinos. Y a eso está abocado el equipo económico en pleno. Tratar de que las reservas y algún grado de endeudamiento le permitan llegar a fines de 2015 sin una caída mucho mayor del nivel de actividad y el empleo, y sin tener que reconocer el verdadero precio del dólar en el mercado oficial. Y tratando de que todos los pesos que tiene que emitir para financiar el gasto no espiralicen la inflación.

Para sostener las reservas, racionamiento, endeudamiento “forzoso” con exportadores e importadores, controles, etc., y eventualmente jugar la carta del arreglo de la deuda después de enero o el desdoblamiento.

Para lo segundo se apuesta al exceso de pesos, al “corralito” del control de cambios, impidiendo que los pesos se transformen en dólares, y a la colocación creciente de deuda del Banco Central y del Tesoro, para que los pesos que circulen sean los mínimos necesarios para que el nivel de actividad no se desplome todavía más. La probabilidad de “éxito” de este esquema, y de que CFK termine como Menem, con una recesión modesta y pasándole la muerte oficial del modelo al que siga, es baja pero no nula. Sí está claro que el modelo hace rato murió, aunque su fantasma nos seguirá persiguiendo un rato largo.