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el ECONOMISTA DE LA SEMANA

El modelo necesita una cirugía mayor

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En mi nota anterior para PERFIL del 14 de febrero, planteaba que no estaba mal que el BCRA comprara tiempo hasta que ingresaran los dólares de la cosecha, pero lo importante era para qué lo hacía

Lamentablemente no se hizo mucho, y cada día que pasa se van haciendo más evidentes los costos reales de una devaluación no creíble (a mitad de camino y sin plan) y lo insuficiente y poco duradera que tiende a ser la política monetaria cuando actúa en soledad y es endógena, o pasiva a la política fiscal.

Pero hay otra complicación algo menos evidente por el momento, pero mucho más importante aun. Lo que hasta hace unos meses lucía como un dilema de política económica va dejando de ser tal. La opción entre consolidar con medidas fiscales una relativa estabilidad cambiaria y financiera, pero a expensas de un menor nivel de actividad económica, de un lado; o continuar con el anterior esquema de políticas expansivas, aceptando una mayor inestabilidad cambiaria pero sin sacrificar nivel de actividad, del otro, no parece haber sido más que un ejercicio teórico.
La presidenta Cristina Kirchner y su equipo de gobierno, tal vez con la excepción del titular del BCRA, quieren ambas cosas: preservar reservas con estabilidad cambiaria y que el nivel de actividad crezca. Pero lo que desean es un imposible. Con los actuales niveles de inflación la economía no puede crecer.

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Hubo un tiempo en el que la inflación (en torno al 20% anual) no impedía que la economía creciera. Hoy, con tasas cercanas al 40% anual, la inflación es el principal factor que atenta contra la expansión del nivel de actividad. El gran problema es que el Gobierno no está dispuesto a hacer ningún tipo de concesión en materia de crecimiento del gasto público y financiamiento del déficit fiscal. O sea, no hay voluntad para hacer ningún esfuerzo consistente en reducir la inflación.

Argentina enfrenta hoy dos problemas fundamentales: un déficit fiscal enorme financiado con emisión monetaria e inflación, que agiganta las distorsiones de precios relativos derivadas de regulaciones tercermundistas y empuja, en un círculo vicioso, a un mayor aumento del gasto público. Y lo que podríamos llamar restricción externa, el hecho de que los dólares que ingresan no alcanzan para todos los usos que queremos darles y que, por lo tanto, se deba usar el stock que posee el BCRA en sus reservas. Claramente ambos fenómenos se relacionan. Los dólares resultan escasos, no porque no alcancen para pagar todas las obligaciones del sector público y privado (importaciones y pagos de deudas) sino porque sobreabundan pesos. Pesos que se usan para comprar bienes o dólares.

Las autoridades del Ministerio de Economía y del BCRA parecen estar concentradas exclusivamente en “solucionar” la falta relativa de dólares. Mientras el BCRA trabajó y trabaja para sacar pesos del mercado, el Ministerio de Economía promete conseguir dólares para cuando los que ingresan de la cosecha gruesa ya no abunden. Pero cualquier esfuerzo en tal sentido está condenado a durar poco. Si no se resuelve el problema fiscal no habrá dólares suficientes; siempre lucirán escasos cuando se los compare con la abundancia de pesos que genera el financiamiento del déficit fiscal.

Pueden venir todos los dólares que vengan, pero si no se cierra la brecha fiscal en pesos seguirán la inflación y la devaluación, y los dólares serán cada vez más escasos en términos relativos (y la brecha mayor o la necesidad de devaluar cada vez más alta).

En este marco, resulta paradójico que todavía haya quienes reclamen “sintonía fina” cuando Argentina necesita una reformulación total de su política económica, una cirugía mayor y no una simple cirugía estética o una “sintonía o ajuste fino”.  Hablar de “sintonía fina” supone que el modelo es el correcto y que el esquema actual sólo necesita “pequeñas correcciones” de sus políticas macroeconómicas para lograr que la economía crezca en forma sostenida. 

Pero éste es un concepto que se vuelve un sinsentido con estas tasas de inflación, que hacen que todas las políticas expansivas se tornen cada vez más estériles para incentivar el nivel de actividad interno.

Tal como puede verse en el gráfico, el Gobierno ha impulsado una aceleración de la tasa de aumento nominal de las erogaciones del Estado (salarios, jubilaciones, subsidios, etc.), que por ahora no se ha visto totalmente compensada por la inflación. Sin embargo, la economía parece no responder a semejante estímulo. Alguien podría pensar que, si bien insuficiente para que la economía crezca, ésta es una política deseable desde el punto de vista redistributivo. Sin embargo, esto ni siquiera es así dado que el instrumento con el que se financia la “redistribución” es la inflación, un impuesto sumamente regresivo; lo que termina sucediendo en la práctica es que las transferencias de ingresos más fuertes se producen entre los sectores de menores ingresos de la sociedad.

Dado que el Gobierno no tiene voluntad de poner en práctica medidas que permitan revertir el descalabro fiscal actual, la tasa de inflación no va a desacelerar más (todo lo contrario; lo más probable es que vuelva a aumentar). Por otro lado, y dado que la inflación no va a caer, tampoco hay márgenes para que la economía pueda volver a crecer en lo inmediato, y esto es válido aun cuando el Gobierno haga uso (o abuso) de medidas nominalmente expansivas. Cualquier intento del Gobierno de sacar la economía de la recesión a través de dichas políticas repercutirá en mayor inflación, mayores expectativas de devaluación y mayores deseos de atesorar dólares, sin efectos discernibles sobre el nivel de actividad.

@luissecco