COLUMNISTAS

El músculo duerme

Los excesos han terminado por abrumarnos. El vacío se llena, así, de evidencias tristes pero nunca verbalizadas. Ante enormidades que agota denunciar, el desenlace es la sumisión somnolienta. Los ejemplos son de contundencia cruel.

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Los excesos han terminado por abrumarnos. El vacío se llena, así, de evidencias tristes pero nunca verbalizadas. Ante enormidades que agota denunciar, el desenlace es la sumisión somnolienta. Los ejemplos son de contundencia cruel:

Gilada. Antes se usaba el galicismo pour la galerie para describir frases y gestos de pura intención diversionista. La galerie es la platea, gente sentada para ver un espectáculo. Cuando el oficialismo armó un ruidoso barullo de aparentes intenciones antinorteamericanas, hubo quienes volvieron a engañarse con el espejismo de una supuesta estrategia de enfrentamiento con los Estados Unidos.
Por supuesto que es sensato, útil y elogiable que el Gobierno argentino recomponga ahora, unilateralmente, su relación con Wa-shington, tras la acusación presidencial de una conspiración norteamericana contra el matrimonio Kirchner. Pasados los bochinches iniciales, la invitación a Earl Anthony Wayne para que finalmente se tome unos vasos de agua mineral con la Presidenta preanuncia que el chubasco antiyanqui ya pasó.
Pero queda una resaca de horror. ¿Cómo y por qué, después de las iniciales acusaciones de la señora de Kirchner y Alberto Fernández, la operación basura contra la Argentina hoy ya no es mentada?
Como una mujer golpeada para quien los castigos de su hombre son previsibles y no asombran, la sociedad argentina engulle sapos sin mosquearse.

Bobos. Hace cinco años que la Argentina escucha la letanía estatalista, según la cual, tras la larga ignominia neoliberal, que para el canon vigente se extendió entre 1976 y 2003, ahora sí se ha recuperado el sentido, la intención y la voluntad del poder del Estado. ¿Será así?
Más allá de lo que debaten bien intencionados cenáculos adictos a la disquisición ideológica, la privatización de la frontera argentino-uruguaya a la altura de Gualeguaychú no tiene precedentes. A eso no se animaron ni Thatcher, ni Pinochet, ni Menem: un grupo de ciudadanos en la clandestinidad extiende salvoconductos para atravesar la barricada que del lado argentino bloquea hace ya 14 meses la frontera que conecta a este país con la uruguaya Fray Bentos.
Divertido, si se quiere: paradigma de la apropiación privada del espacio público, ese corte ilegal, dañino y sobrecogedoramente estéril es avalado por un gobierno que se lava cada mañana en las sacras aguas de la-recuperación-del-poder-de-decisión-del-Estado.
A ese poder estatal arrollado por las fuerzas desregulatorias de la globalización capitalista se lo denunciaba en los tempranos años 90 como Estado bobo, patético muñeco castrado que permitía hacer y permitía pasar. Pero ahora, con un Estado que hace y deshace, permite y prohíbe, suspende y autoriza, alguien debería tematizar el asunto y darle personería internacional, describiendo el fabuloso caso de un país, la Argentina, donde los pasaportes pueden ser emitidos por quienes se apoderan de enclaves fronterizos, como el intimidatorio caso del check-point Gualeguaychú.
Otra vez, todo transcurre en medio de la anomia y el silencio colectivos más estrepitosos.

Soledad. A ese tipo flaco, macilento y lustroso lo dejaron solo a la hora de los bifes. De nuevo el untuoso silencio argentino, pero al erre-erre-pe-pe que provocó en la ruta de José Ignacio a Punta del Este la muerte de una pareja argentina le dedican ahora omisiones y calificativos que debe merecer, aunque ello implique hacer silencio sobre lo más importante.
Es probable que esa penosa galaxia aldeana de histéricas celebridades sea una acumulación de bochornos e infracciones intolerables, pero no se cuestiona –en cambio– el escenario donde se mueven estos sórdidos personajes que derrapan en el verano.
Silencio funcional sobre paradores, “acciones promocionales”, famosos que desfilan para la foto de vidrieras mediáticas y sponsors que vacían sus billeteras en los ardorosos días de enero, para rasguñar migas de notoriedad. Ese es el mundo que queda en segundo plano, tras el accidente y los dos homicidios.
Una vez más, la Argentina mira para otro lado, convencida de que sólo fue un loco pasado de merca y vodka, que flasheó mal a bordo de un auto japonés, a contramano y a 140 por hora.

Hechos. Con un bostezante clima de reminiscencias burocráticas, el 27 de enero hubo ceremonia oficial en acatamiento doméstico al Día Internacional del Holocausto, jornada que en casi todo el mundo recuerda la liberación del campo de exterminio de Auschwitz por la entrada del Ejército Rojo. Acto en banco oficial (lúgubre lugar para esta ceremonia: ¿por qué no la hacen en la Casa Rosada, donde hace años se organizan, en cambio, actuaciones de bandas de rock?) y discursos circunspectos, pero más bien previsibles. Ausentes, los Kirchner y el jefe Fernández.
Elocuente, pero irrelevante para las preocupaciones oficiales, que suelen encarar estos asuntos, pragmáticos más que convencidos. Los medios periodísticos argentinos abordaron el caso con minimalismo ofensivo, aludiendo al acto y a la jornada como un protocolo más, e incluso tomaron al episodio apenas como pretexto para referirse al “descongelamiento” de las relaciones argentino-norteamericanas.

Rodados. Aunque es odioso y, además, poco recomendable subirse al convoy del fusilamiento mediático de famosos a quienes se sindica como aprovechadores de negocios poco santos con autos lujosos, es llamativo el pegajoso tejido de complicidades. Agencias concesionarias y clientes nativos se escurren resbaladizamente. Encumbrados individuos piden que se aclare que han obrado de buena fe y habrían sido, sencillamente, engañados.
Varios hilos quedan sueltos. Uno es la pringosa avaricia por vehículos colosales que caracteriza la existencia de esos llamados “famosos”. Incluso aceptándose que han sido engañados, ¿desde qué semblanza civil alegan sentirse irreprochables, tipos que buscan y consiguen esos coches de lujo indecente?
Sea: no evadieron al fisco ni ocultaron la compra, dicen, pero ¿pasaron, vieron la luz encendida y subieron? ¿Sencillo, no? Total, después uno se sube a la Lamborghini o al Hummer y se acerca a algún emprendimiento “social” a cargo de los mismos potentados, como para chequear cómo andan las cosas.
Debe ser dicho: aun en el caso de que se verificaran responsabilidades en diplomáticos extranjeros, la roña nativa sigue brillando por sus propios méritos. Lo más jugoso es que estas mismas celebridades y quienes, sin serlo, son poderosos después se hacen buches por radio y TV, encarando con la motosierra justiciera a lo que denominan la “clase política”, como si los famosos y sus máquinas veloces fuesen hermanas de la caridad y devotas de la frugalidad.