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El patrón de la hipocresía

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A caballo de un inesperado éxito televisivo, pareciera que referirse ahora al narcotráfico y dedicarle mucho espacio al tema en los medios es, además de políticamente correcto, glamoroso.

Hace unos cuatro meses, con la misma ausencia de sutileza de siempre, desde una columna similar a ésta se advertía sobre la hipócrita actitud tan nuestra –en todos los niveles– respecto de hablar mucho del tráfico de drogas y hacer poco (http://e.perfil.com/boludos).

Desde entonces, sólo se han sumado más y más elementos que corroboran la falta de seriedad y de compromiso desde el Estado (en los tres poderes) para acordar y ejecutar políticas que realmente ataquen un problema que impregna y corroe la estructura social de cualquier país.

Salir de eso es más que arduo y complejo. Colombia antes y México ahora son apenas botones de muestra de los costos de todo tipo que se pagan y muchas veces no se recuperan.

Acaso lo más impactante de Escobar. El patrón del mal –para aquellos que no tenían tanto conocimiento de su historia– sea acceder de una manera didáctica al complejo entramado que construyó el narcocapo a su alrededor para proliferar, primero, y conseguir impunidad, luego, más allá del baño de sangre que provocó.

En ese tejido dantesco había ineptitud y complicidades de fuerzas de seguridad, políticas, judiciales, empresariales y hasta mediáticas. Gente que de la boca para afuera condenaba y se indignaba, mientras por abajo de la mesa arreglaba, por las buenas o por las malas.

La tira de Caracol desnuda, además, que el negocio narco se multiplica con facilidad en sociedades agrietadas de verdad, surcadas por vastas proporciones de marginalidad y crisis de valores morales y éticos. Lugares donde se cree que las desigualdades sólo tienen posibilidades de ser combatidas o superadas a través del vale todo. Y ahí es cuando la vida no vale nada.

Por suerte, la Argentina está muy lejos de todo eso y está discutiendo en serio esta problemática, ¿no?