Araíz de la reciente repercusión en las ciudades de la protesta del campo, ha resurgido la vieja
antinomia de peronismo y clase media, que se remonta al peronismo histórico, curiosamente
compartida por amigos y enemigos, y sobre la que es necesario hacer algunas reflexiones.
Contrariamente a lo que se cree, Perón lejos de enfrentarse con la clase media, trató de
atraerla, cooptando el partido que la representaba, el radicalismo. Consiguió la adhesión de
algunos radicales tanto del ala conservadora (Juan Hortensio Quijano), como del ala populista
(Arturo Jauretche). Asimismo uno de los primeros sindicatos que conquistó fue el de empleados de
comercio que, para los cánones de la época, era de clase media.
La confusión surge por las contradicciones de la ideología peronista y por el carácter
heterogéneo de la clase media. El sector más tradicional de ésta –los profesionales–
sintió socavado su prestigio social y formó la amplia base del antiperonismo. Pero otras fracciones
de la misma clase, talleristas, pequeños y medianos industriales favorecidos por el proteccionismo
estatal, así como chacareros agraciados por la ley de arrendamientos apoyaron, aunque a veces en
forma vergonzante, al peronismo. Además la mayor parte de los funcionarios del gobierno peronista,
comenzando por el propio Perón, procedían de la clase media. El estilo de vida propuesto por la
doctrina justicialista a través de los medios de comunicación estatizados y de los textos escolares
era un modelo tradicional de clase media no demasiado distinto –salvo en algunos
aspectos– al de la era preperonista. La transformación de la vida cotidiana, de la familia,
los jóvenes, las mujeres –la reforma peronista se limitó al voto– sólo comenzó con la
democracia en los años 80.
Muchas de estas relaciones oblicuas con la clase media se repitieron en el kirchnerismo que,
como el peronismo, no es la expresión de las clases trabajadoras sino un movimiento policlasista
donde la clase media ocupa un lugar importante. La geografía electoral muestra el triunfo de la
Presidenta –como ayer el de Perón– en los pueblos del interior y en las zonas rurales
donde predominan los pequeños y medianos chacareros, precisamente los mismos que ahora encabezan el
movimiento de protesta del campo y que singularmente encontrara un insólito e inédito aliado en la
clase media urbana que votó contra el kircherismo. En la era kirchnerista, muchos jóvenes
universitarios dieron su voto a Cristina Kirchner, creyendo que era la opción progresista y
reviviendo, aunque ahora sin violencia, la actitud de la juventud peronista de la década del 70.
Pero una vez más se dio la división en el seno de la clase media. Otros jóvenes participaron
en el cacerolazo antikirchnerista y pertenecían a la misma clase media de los centros urbanos que
el oficialismo etiquetó como la derecha y otros –con una total falta de rigor en el uso de
las categorías políticas– le agregaron el aditamento de fascista. Alguno fue más lejos aun y
llegó a estigmatizarla como blanca, en un arranque de racismo al revés tanto mas exótico en una
sociedad predominantemente híbrida y “gringa”. Este enredo muestra que la clase media
no conforma un bloque, ni política ni socialmente homogéneo, que los intereses y las ideologías de
una misma clase con frecuencia chocan entre sí y que el voto ya no se ajusta a pautas clasistas.
Muestra también la confusión ideológica con que se manejan los términos de izquierda y
derecha. Estos conceptos, usados en nuestro tiempo y, en especial, en nuestro país, siembran la
confusión. No son obsoletos pues mientras existan dos posiciones distintas, una estará en relación
a la izquierda o a la derecha de la otra. Son anacrónicos, en cambio, sus contenidos; los
vertiginosos cambios históricos hacen necesario que se los redefina. Ante el envejecimiento de esos
contenidos, puede decirse que el problema actual no se dirime entre izquierda y derecha sino, como
sostiene Mario Vargas Llosa, entre libertad y no libertad –o como dijo Felipe González, entre
modernidad y bonapartismo, término histórico para designar el mismo fenómeno que comúnmente
llamamos populismo. Esta coincidencia entre un escritor liberal y un político socialdemócrata
señalan los límites indefinidos entre un liberalismo clásico y una socialdemocracia tal como la
entienden los europeos, mientras que entre nosotros el liberalismo se confunde con el
conservadurismo y la socialdemocracia con el populismo. Este error conceptual permite definir al
kirchnerismo –sin turbarse– como socialdemócrata o de centroizquierda. Pero el
populismo no es de izquierda ni de derecha y tampoco de centro, se pasa de uno a otro de acuerdo a
la circunstancia y a la oportunidad.
El oficialismo no consigue dar con un discurso ideológico que disimule su indefinición, y
fluctúa entre la burda demagogia chavista imitada por Luis D’Elía hasta el sofisticado
neopopulismo de cátedra de Chantal Mouffe, admirada por Cristina Kirchner. En los análisis
políticos de la actualidad argentina el uso de términos como clase media, izquierda o derecha en
forma abstracta y descontextualizada incurre en generalizaciones abusivas. La clase media, de ayer
y de hoy, se caracteriza por la oscilación, entre movimientos ascendentes y descendentes, un
constante vaivén de auge y caída. Sus límites con la clase alta y la baja son indefinidos, con
frecuencia el nivel económico no se ajusta a la pertenencia a la clase. Sus miembros individuales
muestran ideologías, proyectos de vida, intereses, y medios muy distintos entre sí. En una sociedad
de peligro y riesgo se multiplican las posibilidades de caer en la pobreza y a la vez se brindan
nuevas estrategias para escapar de ella,
El pensamiento oficial reaccionó frente a la crisis confundiendo a la clase media con la
clase alta, a los chacareros con la oligarquía de principios del siglo pasado y denunciando al
campo –la única industria local con capacidad exportadora– como causante de la pobreza
y el atraso. Las consignas escuchadas entre las fuerzas de choque oficialistas –
“Patria sí, colonia no”; “el Pueblo contra la oligarquía”– resonaban
como ecos de un pasado muy lejano.
Los problemas argentinos actuales se dan en el mundo globalizado y posindustrial de la
modernidad tardía que se caracteriza por una individualización de los conflictos políticos, el
desvanecimiento de las identidades colectivas y la indefinición de las clases sociales. La
consecuencia de esa situación es la crisis de los partidos políticos reemplazados por coalisiones y
el corrimiento hacia el centro de los los extremos derecha e izquierda del espectro político. Los
conflictos han dejado de centrarse exclusivamente entre las clases sociales y, aunque por cierto
estas sigan existiendo, en una sociedad muy fragmentada y compleja, los problemas se han
diversificado en una pluralidad de alternativas, de estilos de vida, no comprendidas ni por la
derecha ni la izquierda tradicionales ni por el populismo.