COLUMNISTAS
GOBIERNO Y crisis

El problema no es la comunicación

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Voces. Marcos Peña planteó que nadie ignoraba la gravedad en la que estaba el país. | Cedoc Perfil

La palabra comunicar, así como comunicación, proviene del latín communicare, que significa compartir, participar en común. Hay un parentesco directo entre comunicar y comunión. Para el psiquiatra estadounidense Albert Scheflen, desde los años 50 convertido en ineludible referente en este tema, “la comunicación puede definirse como el sistema de comportamiento integrado que calibra, regulariza, mantiene y hace posibles las relaciones entre los hombres”. En su ensayo Sistemas de comunicación humana (incluido en La nueva comunicación, tomo que compila textos de Gregory Bateson, Paul Watzlawick y otros clásicos pensadores de la cuestión), Scheflen concluye que “la comunicación es el mecanismo de la organización social”. Se deduce así que romper la trama de la comunicación contribuye a romper el tejido social. Se deja de compartir, de participar en común.
Para que esa trama se teja y ese tejido se mantenga, es necesario que exista voluntad de comunicar, de compartir y de participación común. ¿Compartir qué y participar en qué?  Habría que hablar de una visión convocante, de un propósito que trascienda a los intereses individuales y propios de comunicantes y comunicados. Voluntad de sentido, para tomar prestada una categoría de Viktor Frankl.
Desde esta perspectiva vale preguntarse si de veras el Gobierno tiene, como se le achaca, problemas de comunicación. Cuando se insiste en esto todo se reduce a una cuestión técnica. Y es esa mirada reduccionista (que los sofistas asesores del Gobierno, obsesionados con lo que se debe y no se debe decir, cultivan como talibanes) la que prevalece en la discusión sobre el tema, incluso para muchos críticos del oficialismo. Se trata, muy en tono con estos tiempos de euforia tecnológica, de una grave confusión entre comunicar y conectar. Mucha conexión no significa mucha comunicación. Y con frecuencia sucede que el uso adictivo de la conexión (con su parafernalia de juguetes de rápida obsolescencia) tiene como consecuencia crecientes aislamiento e incomunicación.
Cuando existe una visión compartida o compartible, cuando hay un propósito común convocante, que puede integrar intereses y fines individuales o sectoriales sin eliminarlos, cuando existe un pensamiento claro, articulado y con argumentos sólidos y verificables, la comunicación resulta clara, comprensible y, sobre todo, coherente con las acciones y actitudes que la acompañan y la sostienen. Entrevistado por Luis Majul en el programa La cornisa, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, dijo que si no se planteó desde el principio la gravedad de la situación que encontró la administración Cambiemos fue “porque nadie que vivía en este país la ignoraba”. Lo implícito nunca está explícito según el ABC de la buena comunicación. Además de la negligencia y la indiferencia ante la ciudadanía que contiene esa frase. En otro ámbito Peña expresó que “el pensamiento crítico le puede hacer daño a la Argentina” y que “ser entusiasta y optimista es ser inteligente”. La primera frase revela un paternalismo disfuncional. Pareciera la mirada de alguien que ve a los ciudadanos (a quienes se debe) como criaturas incapaces de soportar la verdad. Como si no fueran ellos los que la padecieron en el gobierno anterior y la sufren hoy. Y un cierto dejo de soberbia al decidir cuánto y qué se dice. La segunda frase bien podría ser retrucada por el filósofo inglés Roger Scruton desde su libro Los usos del pesimismo, en el que califica de optimismo inescrupuloso al que se manifiesta como una simple cuestión de fe, ignora obstáculos e imposibilidades, cree que todo saldrá bien porque sí y porque así lo decide. De inteligencia, cero.
Como en el mito del eterno retorno, ese optimismo (apenas morigerado por un mea culpa expresado de apuro y sin convicción) despunta otra vez, aferrado ahora al FMI y a una tasa del 40% (pretender inversiones productivas con esta tasa es un oxímoron). No hay problemas de comunicación. Es un problema de contenidos y de coherencia, y es la ausencia de lo que nutre a la verdadera comunicación.

*Periodista y escritor.