En Colombia, el electorado acaba de pronunciarse masivamente en favor de la reconstrucción del
Estado y del proyecto de “seguridad democrática” que llevó adelante el presidente
Alvaro Uribe Vélez en sus dos mandatos.
En el país donde la saga de lo real maravilloso siempre está lista para recomenzar, el
apellido Uribe remite al general Rafael Uribe Uribe, un caudillo liberal que hacia 1900 encabezó un
alzamiento contra el gobierno conservador y propuso algunas reformas de corte socialista. Este
general, en la vida civil periodista, abogado y cultivador de café en su hacienda de Antioquia, fue
el modelo del coronel Aureliano Buendía, el protagonista de Cien años de soledad. En El olor de la
guayaba, Gabriel García Márquez dice que lo retrató de acuerdo con la visión que le transmitió su
abuela. Ella lo conoció de paso por Aracataca, tomando cerveza en la oficina del abuelo del
escritor, quien había luchado a sus órdenes.
La obra de García Márquez, en la que se cruzan la realidad objetiva y lo milagroso, lo
fantástico y lo mágico, transmite a través de la mítica aldea Macondo, el aislamiento en que se
desarrollaron las regiones de Colombia, consecuencia de una geografía de valles, ríos y selvas, sin
vías de comunicación naturales accesibles. Cuando tardíamente se trazaron algunos ferrocarriles y
en forma pionera se desarrolló la navegación comercial, quedaron vastos territorios en los que la
autoridad del Estado se imponía con dificultad y que hoy son el escenario de la acción de las
distintas guerrillas.
Dicha situación alentó los microclimas políticos y sociales. La construcción del Estado nacional
en Colombia fue la más difícil entre las naciones emancipadas de España, generó desde un principio
guerras entre las minorías urbanas ilustradas y permitió que subsistieran rasgos arcaicos y
dominaciones oligárquicas en los siglos XIX y XX.
“Cada Estado es soberano con una autonomía, incompatible con el desenvolvimiento de la
idea nacional”, opinó el político argentino Miguel Cané en 1884, cuando cumplía una misión
diplomática en Bogotá. Proponía como ejemplo el proceso de centralización que se estaba produciendo
en la Argentina y que atenuaba las pasiones localistas (M. Cané, En viaje).
Después de las guerras civiles, de violencia inaudita como entre 1899-1902, la llamada
generación del Centenario de 1910 procuró que los partidos políticos convivieran en paz y
disputaran la hegemonía en elecciones. Esto y la nueva economía del café que se exportaba a Estados
Unidos permitió la paulatina modernización del país. Pero a partir de 1948, y del asesinato del
caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán, un populista de izquierda, la unidad nacional retrocedió. La
violencia política resurgió, al principio en enfrentamientos políticos partidarios que luego
mutaron en guerrillas de ultra izquierda y en grupos paramilitares de derecha. Todo esto se fue
complicando con los nuevos cultivos vinculados al narcotráfico. Así se constituyó una trama de
difícil solución.
Entre tanto, el Pacto del Frente Nacional, que organizó la alternancia de conservadores y
liberales en el gobierno, permitió una mayor estabilidad, pero al mismo tiempo, aumentó el
desinterés por la política. Consecuencia no deseada del pacto es la persistencia de la abstención
electoral (cerca del 50% en 2010).
Después de los intentos infructuosos de distintos presidentes por restablecer la paz mediante
conversaciones con la guerrilla, la política dura del presidente Uribe ha dado resultados concretos
y le ha permitido sentar las bases de la reconstrucción del Estado. Para continuar la tarea, los
colombianos se han pronunciado por el ex ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, que promete
mejorar la calidad de la obra realizada.
Quedó a un lado la otra propuesta, la de Antanas Mockus, el filósofo y matemático de origen
lituano que fue alcalde de Bogotá y que, pese a su perfil académico y a su probada eficacia en la
gestión pública, cada tanto, al mejor estilo del realismo mágico, desconcierta a la opinión con un
gesto inesperado. Mockus expresa las aspiraciones de quienes quieren continuar la política de
seguridad democrática en el marco del respeto a los derechos humanos y atender especialmente la
deuda social. Tal vez su turno llegue más tarde.
*Historiadora.