COLUMNISTAS
EL estudiantes DE VERON, A UN PASO DE GANAR OTRO CAMPEONATO

El regreso de los feos, sucios y malos

|

—Marlowe, ¡no me gustan sus modales!

—Bueno, a mí tampoco me gustan. Me hacen llorar en las largas noches de invierno y me importa tanto que le molesten como que tome la sopa con tenedor.

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Humphrey Bogart y Lauren Bacall en “The Big Sleep” (1946), guión de William Faulkner, dirigida por Howard Hawks.

 

Ninguno de los dos goza de la simpatía de los imparciales de la middle class argentina, siempre inclinados a conceder su apoyo perdonavidas a las más tolerables “flores de un día”, gente de buen corazón pero escasa de recursos o inofensiva, como el Huracán cappista, el Argentinos Juniors de Borghi, el Arsenal copero o Pino Solanas candidato. Sin embargo ahí están, bien arriba y discutiendo el poder, nada menos, ese territorio inaccesible que parecía hecho sólo para los más poderosos. No está nada mal, eso.

Vélez incomoda por su serena eficiencia, algo intolerable para un país desmesurado como éste. Hacen todo bien. Planifican, se organizan, sus cuentas les dan bien, no se vuelven locos ante la primera frustración y cuando se achican, lo hacen de la mejor manera. Hoy tienen un equipazo. Sin dudas el que mejor juega, con un técnico eficaz y de bajo perfil, un arquero sólido, defensores confiables, un caudillo de la casa como Somoza, Maxi Moralez –que con 20 centímetros más jugaría diez años en el Madrid– y tres delanteros notables: el feroz Silva, por mucho el mejor 9 del torneo; Martínez, endemoniado y certero, y Cristaldo, la joya en el banco. ¿Cómo podrían quedarse sin título? ¿Quién se atrevería a discutir semejante liderazgo?

Pues… esos tipos sucios y malos que nunca se rinden. Los de siempre. La tercera generación de aquellos estrafalarios villanos de cómic que hace más de cuarenta años llegaron desde La Plata con ínfulas de cambiarlo todo. Y vaya si lo hicieron.

Este Estudiantes tiene bastante más que mística –del griego mystikós: encerrado, misterioso–, esa curiosa herencia del pasado que, cada tanto, retorna circularmente a lo Nietzsche y se instala sorprendiendo a todos. Acaba de suceder, por ejemplo, con el oficio copero de Independiente, la descomunal mala suerte de Racing o el rupturismo cuasi deportivo de los sindicalistas nativos, los de derecha, los de izquierda o los enganches sin problemas de perfil, como Moyano.

Antes que nada, Estudiantes tiene a Verón, un futbolista superior, incluso, a la suma de sus propias virtudes, el más decisivo que haya visto en este país en los últimos veinte años. Alguien capaz de cambiar la historia con su sola presencia, dentro y fuera de la cancha. Uno de esos que, dice Rodríguez que decía Brecht, resultan imprescindibles.

Y tienen la Voluntad, así, con mayúscula. Voluntad para reponerse después de una derrota. Suelo desconfiar de los invictos, de los infalibles, de las vírgenes y, en general, de la gente sin mácula. La verdadera madera de un hombre se advierte en el momento de la caída, muchachos. Cualquiera se ve valiente y bonito en el tren festivo de la victoria; el tema es mantener intacta la fuerza, el ánimo y la dignidad cuando la frustración te roe los huesos. Por eso amo al Alí que volvió de la prohibición y de Frazier, al Belgrano de Vilcapugio y Ayohuma, al Alfonsín pre Alianza que salió del bronce para ir a perder contra Fernández Meijide y Chiche Duhalde o al increíble Racing que, como Lázaro de Betania, se muere, se levanta y por ahí anda, con mi corazón en la boca.

Para la mayoría, estaban liquidados después de perder la Recopa contra la Liga de Quito. Minga. Ahí los tienen. Sin delanteros, con mil lesionados y chicos del club, a punto de ser campeones. De no creer.

Hacerles un gol parece imposible. Se defienden maravillosamente bien con ese inexpugnable abanico formado con Fernández, Desábato y Re, más Mercado y Rojo en los laterales, Braña en el medio y Orión en el arco, vigilante y sereno como portero de edificio, moviéndose en cámara lenta, controlando quién entra y quién sale. No hay, casi, fotos suyas volando, rasguñando pelotas, jugándose en un mano a mano. Les hicieron 8 goles en 18 partidos. Todo dicho.

En esa telaraña se diluye el énfasis inicial del rival. Se va rindiendo, poco a poco. Entonces actúa el líder, Verón. Y su batuta maneja el tempo de los solistas: Benítez, con un guante en la zurda; Enzo Pérez, eléctrico, vertical, por fin liberado de la banda derecha, y la Gata Fernández, a pura pausa, enganche, amague, creatividad.

¿Y Sabella? Lo llaman “Pachorra” y uno entiende por qué viéndolo, con ese andar lento de tipo mayor a su edad, el pelo como de recién levantado, el gesto sereno aunque las balas piquen cerca. Vivió años a la sombra de Alonso cuando jugaba de 10 en River, del Passarella técnico, de Bilardo y ahora de Verón. A él no le importa. Al contrario: ese segundo plano lo libera de las luces, de la inquisidora mirada del otro. Lo deja en paz, listo para ejercer su antiguo oficio de armador, de sutil artesano de equipos.

Son ellos entonces, los de siempre. Tan feos, sucios, malos, y en lucha por no resignar su espacio. Quizá hasta ganen compatriotas. Si así sucede, sepan que brindaré por ellos.