COLUMNISTAS

El reino silencioso

Parece que cuando en la secundaria nos hablan de los grandes imperios precolombinos, quedan en el tintero algunas, ¿cómo llamarlas?, algunas civilizaciones, algunos reinos, dominios, imperios que tuvieron su auge antes, e incluso mucho antes de los mayas, aztecas, incas, olmecas y tantos más como por ejemplo Sipán del que se descubrieron no hace mucho los tesoros.

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Parece que cuando en la secundaria nos hablan de los grandes imperios precolombinos, quedan en el tintero algunas, ¿cómo llamarlas?, algunas civilizaciones, algunos reinos, dominios, imperios que tuvieron su auge antes, e incluso mucho antes de los mayas, aztecas, incas, olmecas y tantos más como por ejemplo Sipán del que se descubrieron no hace mucho los tesoros. Y una empieza a pensar que quizás haya imperios escondidos, reinos ignorados, de los que no sabemos nada porque son mucho más antiguos que los ya conocidos y estudiados. ¿Habrán quedado muy enterrados bajo las montañas? ¿Habrán sido tan sutiles, tan volátiles, tan cortos que se perdieron sin dejar huella? ¿Habrá bajo nuestros ojos sin que lo sepamos algún resto, alguna huella de quienes fueron otrora poderosos, ricos y tan orgullosos que se creyeron invencibles y casi eternos y que de pronto cayeron en el olvido? Yo personalmente prefiero creer que sí, que hay en los corredores de la historia huecos y rincones desde donde nos vigilan los ojos muertos de los ignorados por los programas de Historia de las Civilizaciones Precolombinas. No, no voy a hablar de la Atlántida porque eso es un lugar común cubierto por un manto de inverosimilitud tan espeso que ni mi curiosidad despierta. Pero hay otros rastros por ahí, desperdigados, polvorientos como los abanicos rotos, las estufas descascaradas, los relojes que no andan, los libros derrengados que se ven en las casas de compraventa. Como ejemplo en este momento se me ocurre la tribu, y se la llama tribu porque hasta ahora no hay otro nombre más específico para nombrarla, la tribu de los utoles, que algunos deletrean con ahutoles y otros como hutolés. ¿Qué fue de ellos? ¿Adónde vivieron y trabajaron y se reprodujeron y danzaron y murieron? Sí, danzaron y a eso voy aunque me da cierto trabajo llegar. ¿Adónde? Pues parece que entre Chavín en el norte y Paracas en el sur, ¡ah, bueno!, civilizaciones centroandinas, ya tenemos algo sobre el tema. Sí, Perú, incas y demás, pero un momento. ¿Qué hay de los utoles? Nada. O casi nada. Que fueron anteriores, según parece muy anteriores a los incas, y que además no se parecían a ellos en nada. ¿Qué de dónde saco todo esto que parece una fantasía como la de los árabes del siglo doce que se inventaba Borges y que según él habían dado muestras de una fina sensibilidad filosófica, cosa que servía para un cuento o por lo menos una línea, una solita, de un poema? No lo saco de Internet, no señores, porque ahí los busqué y nada. Nada de nada. Pero aquí y allá hay notas y referencias de ésas que dicen “se ignora si” o “algunas crónicas, uno que otro relato parecen sugerir que”. Estupendo. Eso es lo que me gusta de la historia: lo que los historiadores no dicen (ahora que lo pienso me pasa lo mismo con la poesía y con la narrativa, qué cosa), porque si yo (o usted, o un crítico de arte o la señora que vive en la esquina), si yo puedo entrar en el cuadro y formar parte de lo escrito, pero no dicho o de lo pintado, pero no descrito y moverme a mi antojo entre el ocre y el verbo, entonces, mi estimada señora, lo que tenemos entre manos es arte puro y ¡que vivan Francisco de Goya y los Suleimanes de Borges y Paul Valéry! Los utoles dejaron (parece) joyas, es decir, vamos, algo que pudo ser parte de un anillo y un eslabón de algo que quizá fue un collar ritual y creo que nada más, salvo un como caracol diminuto labrado en oro que no se sabe si fue de ellos o de algún otro silencioso reino perdido en el tiempo. Y dejaron, sí, dejaron un texto. En fin, no se puede decir que fuera un texto. Dejaron, y esto sin duda alguna, una estela con figuras labradas. ¿Jeroglíficos? Ah, vaya una a saber. Probablemente las figuras cuentan una historia. Hay algunas con vinchas de plumas; hay algunas otras con mantos y hay otras totalmente desnudas. Las hay sentadas, paradas, en cuclillas y… danzando. Déjeme que le diga que lo de la danza es lo mejor de todo. Señoras muy eruditas y señores muy estudiosos miraron durante horas y días y meses la estela, que se guarda en no sé qué museo, y, sin contar, pobres, con una piedra Rosetta que les diera una ayudita, trataron de desentrañar la historia que habían contado los utoles en la piedra dura, brillante por partes, áspera por otras partes y desgastada por el tiempo y las manos en muchos sitios. La conclusión es la siguiente: se trata de un canto de alabanza a los pies. Sí, a los pies, a la danza, al hecho de estar en el mundo pisando la tierra, haciendo el amor con el agua y los cantos rodados y las raíces y, y no tengo más espacio, pero le prometo seguir con el reino ignorado de los utoles danzantes.