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El ‘siga, siga’ de los CEO

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2008. La compañía financiera Lehman Brothers presentó quiebra y desencadenó un colapso. | cedoc perfil

El 15 de septiembre de 2008, la compañía de servicios financieros Lehman Brothers se presentó en quiebra y desencadenó el mayor colapso que se recuerde en la economía global. El evento, cuyas consecuencias, no solo económicas sino también sociales, no cesaron aún, arrasó con proyectos, vidas, familias y países en todo el planeta, además de mostrar las falacias y trampas sobre las que se monta la economía global, territorio liberado para la voracidad de los mercados. Tras recordar esta catastrófica obra maestra de la impericia y la irresponsabilidad, Carl Rhodes (decano de la Escuela de Negocios de la Universidad Tecnológica de Sídney, Australia) y Peter Bloom (director del Departamento de Gente y Organizaciones de la Universidad Abierta de ese país) se preguntan cuáles son las razones por las que habría que confiar hoy en los CEO.
En un artículo que firman en conjunto en Aeon Magazine (https://aeon.co/ideas/ceos-should-have-been-the-fall-guys-why-are-they-still-heroes), Rhodes y Bloom apuntan que aquellos irresponsables quedaron impunes legal y socialmente y luego advino una nueva oleada de CEO, vestidos de celebridades y de héroes, entre los que se cuentan Elon Musk, Mark Zukerberg, Jeff Bezos y Larry Fink, a quienes parece habérseles confiado el futuro del mundo. Si los anteriores eran supuestas lumbreras financieras, estos pastan en los prados de las nuevas tecnologías. Uno y otro campo son, a la luz de los hechos, proclives a la producción de burbujas cuyos estallidos resultan letales para millones de personas. Aunque no para ellos, cuyas remuneraciones, como advierten Rhodes y Bloom, son obscenas y demostrativas de la creciente desigualdad global. Esta desigualdad no es neutra. Genera peligrosos bolsones de resentimiento en donde nacen desde terroristas mesiánicos y grupos de nacionalistas xenófobos hasta electorados rencorosos como los que consagran a los Trump y a los Bolsonaro, por ejemplo.
Los ensayistas australianos previenen con buenas razones contra la instauración de la “sociedad de los CEOs, en las que a estos se los ve capaces de transformar no solo el mundo de los negocios sino todas las actividades humanas, desde el trabajo hasta la política y, por qué no, el amor si es que este pudiera convertirse en mercado. Sin embargo, recuerdan, ningún cambio dirigido a crear más igualdad y justicia provino de estos personajes, mientras esos cambios parecen cada día más lejanos. Una creencia extendida atribuye a CEOs y economistas los secretos de la prosperidad material. Esto no solo hace olvidar sus dislates, sino que les confiere una aureola respetable en lo que Rhodes y Bloom llaman “un mundo secular en donde el dinero es Dios”. Con esa aureola llegó al poder Trump, pavoneándose de su currículo empresarial y, en cierto modo, ella rodeó en su asunción en la Argentina al hoy chamuscado “mejor equipo de los últimos 50 años”. Aquí bastaron poco menos de tres años para que estas estrellas de la gestión corporativa exhibieran en la gestión pública una ineptitud que no consiste en la presentación de pésimos balances ante los accionistas, sino en graves daños sociales y económicos a vastos sectores de la ciudadanía. Lo que en la esfera privada termina en despido o “retiro acordado” (siempre con dadivosos bonus), en el generoso espacio público se tapa con la muletilla “nos equivocamos, pero corregimos” (errores que paga el ciudadano), y con promesas de futuros tan vagos como abstractos. En ambos casos prevalece el “siga, siga” que el ex árbitro Francisco Lamolina impuso en el fútbol en caso de infracciones.
El bien común no solo padece la impericia serial de los CEO en la tarea gubernamental. También ha sido botín de la avidez inescrupulosa, y por ahora impune, de muchos de ellos, como quedó expuesto en los cuadernos del chofer escribiente. Ante eso prometen cambiar de conducta, pero arrepentimiento no significa reparación ni justicia. Mientras tanto, como afirman Rhodes y Bloom en el cierre de su ensayo, una próxima crisis debería enseñarnos, de una vez, a ir más allá de la fantasía de que la solución es un CEO al timón.

*Periodista y escritor.