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fatalismo

El tiempo huye

No me anda Internet y en mi confusa biblioteca se perdió el tomo de las obras completas de un precursor de Paulo Coelho donde se cuenta la historia de Alejandro Magno, que lloró al enterarse de que su destino se había cumplido de forma tan completa y anticipada que a los treinta años ya había conquistado la mayor parte del mundo conocido.

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No me anda Internet y en mi confusa biblioteca se perdió el tomo de las obras completas de un precursor de Paulo Coelho donde se cuenta la historia de Alejandro Magno, que lloró al enterarse de que su destino se había cumplido de forma tan completa y anticipada que a los treinta años ya había conquistado la mayor parte del mundo conocido. En la Antigüedad, al parecer, el destino y su cumplimiento parecían dos caras de una misma moneda, o al menos algunos hombres parecían poseídos de la curiosa certeza de que planificar un destino es idéntico a realizarlo.

Esto viene a cuento de una entrevista a Sebreli, donde el autor de Comediantes y mártires analiza a dos de sus analizados, Evita y el Che Guevara, como sujetos sometidos al azar y la circunstancia histórica; es decir, tan deseosos del monumento como entregados a las potestades de lo incierto. Según Sebreli, ni Eva ni el Che tenían la menor idea de lo que habrían de ser –una, antes de encontrarse con Perón, palpitaba su destino en el cine; el otro, poco antes de conocer a Fidel Castro, quería conseguir una beca para estudiar en París–, pero se apoderaron de la forma de su futuro apenas lo avizoraron. Quizás esto se deba a que una cuidadosa planificación no sea –de Alejandro a nuestros días– sino un modo obsesivo de cortejar nuestra propia ruina. Eso abre preguntas interesantes: ¿qué hubiera sido de… si en tal momento no se hubiera encontrado con... ?, etcétera. Y esto en relación con dos pequeños textuales. Sergio Massa, todavía ministro del Interior, avizora para 2011 a Reutemann como presidente, y J.L. Barrionuevo dice que Néstor y Cristina son usureros y delincuentes y que él los odia, los odia. Estos signos de erosión pueden sonar antipáticos para quien buriló un plan de duración gubernativa que se extendería por al menos dieciséis años, pero siempre existe el consuelo que proporciona el cuento mencionado. Ejemplo de un modo estoico de sobrevivir a la propia gloria, tras el fin de su imperio el conquistador macedonio se convierte en un soldado que libra batallas para generales cuyo nombre ignora, y al fin de su vida, en la fogata de un campamento, se encuentra con una moneda que tiene su imagen, la de cuando fue joven y se llamaba Alejandro Magno. El cuento era de Borges.

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*Periodista y escritor.