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El título de Cristina

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No es casual que el escándalo acerca de la existencia o no del título de abogada de la Presidente/a haya suscitado más agitaciones que la desaparición, sustracción o incendio de documentos probatorios de nuevas tropelías atribuidas al vicepresidente; pero Boudou es un extrapartidario, y sus Harleys resultan el equivalente contemporáneo del tapado de María Julia. En cambio, la falta o no exhibición del título de Cristina, asume la apariencia de un acto mayor, debido a su rol ejecutivo real. ¿Existe o no existe? Ese no es el problema. La política es el teatro escenificado a domicilio por vía de los medios de comunicación, y los políticos resultan los actores de la representación. Así, podemos imaginar que un texto, dicho una vez, durante el curso de una función, se hace carne en quien lo pronuncia. La letra se modifica función a función: el texto se construye a lo largo de la obra. Supongamos, por un instante, que Cristina nunca tuvo título de abogada. Sin embargo, asumido por una vez el rol, en medio de una improvisación discursiva de campaña, ya no puede retroceder ni arrepentirse.

Esa obra que se escribe y se dice a lo largo de años es una operación estética que sirve a una ética basada en la satisfacción de un ideal del yo (y del espectador). Si el kirchnerismo construyó un relato eficaz, es porque primero lo creyó. De no haberlo hecho, no habría podido gobernar. Y por eso forma parte de la gran literatura peronista, porque un autor es la primera víctima de la seducción que emana de su propia obra.