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ECONOMISTA DE LA SEMANA

El trilema distributivo, detrás de la tensión financiera

Corren tiempos de vértigo, confusión y zozobra; suben el dólar y los precios, pero también la especulación y la hipocresía.

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Equilibrios. El ministro de Producción, Dante Sica, y el titular de la Cámara de Comercio, Jorge Di Fiori. | cedoc

Corren tiempos de vértigo, confusión y zozobra; suben el dólar y los precios, pero también la especulación y la hipocresía. Cada cual tiene una receta, incluso quien escribe esta nota, pero existe un exceso de vehemencia que se combina aventuradamente con falta de precisiones y con cambios rotundos de mensaje en cuestión de pocos meses, o semanas. En todo ámbito. Como se dijo, la economía ciertamente es un quilombo, pero el debate económico también lo es. Más allá de cuáles sean los puntos que estén generando desconfianza, en estas líneas me quiero referir a un proceso que ya lleva años, que potencialmente podría continuar, y que en gran parte nos ha arrojado a este panorama virulento.

En el año 2011, un crecimiento de la economía de 6% forjó una desmejora del déficit comercial de bienes y servicios (en términos reales) de 4 puntos del PBI. Al año siguiente apareció la primera entrega de Caída de la actividad en años pares, un folletín intrincado que nos acompaña hasta hoy; una recesión leve tuvo el efecto de estabilizar y mejorar el déficit comercial. Y los años pasaron según se ve en el gráfico: el famoso “serrucho del PBI” aparece junto a un no tan famoso serrucho del balance comercial en sentido inverso. Se me antoja que ambas líneas dibujan un alambre de púas, y simbolizan nuestra dificultad para crecer sin tener que endeudarnos o liquidar nuestros activos; en definitiva, nuestra dificultad para crecer sostenidamente. Vamos en un auto que, apenas ponemos segunda, empieza a recalentar, obligando a parar para enfriar el motor, a veces traumáticamente como ahora.

Allí se resume la omnipresencia de la denominada “restricción externa”, que pincha cada vez que nos disponemos a consumir. Los últimos acontecimientos financieros aconsejo mirarlos desde esta óptica. La corrida contra el peso tuvo su génesis en la repentina visualización de que el dólar estaba barato (año 2017 con déficit externo récord) y que el mundo ya no estaba tan dispuesto a financiar las nuevas emisiones del Tesoro. En realidad, no hay mucho más que eso, por más que ese episodio, que parece lejano, haya contagiado a otras variables y desencadenado distintos errores en la gestión de la crisis.

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El corriente 2018 seguirá el patrón; el desbalance externo se corregirá en gran parte mediante la receta ancestral de recesión más devaluación. La inquietud estará en 2019. Cada vez que llovió, paró; el problema de Argentina es que cada vez que paró, llovió. ¿Por qué? Esencialmente porque las cantidades exportadas de bienes y servicios de 2017 se encuentran incluso por debajo del nivel de 2007. Más de diez años de estancamiento y de falta de gimnasia exportadora imponen un límite inmediato al nivel de importaciones y a la misma actividad económica.

¿Podremos volver a crecer al tiempo de mejorar nuestro intercambio con el mundo, enterrando lo que un prometedor escritor describió como la intolerable opresión de lo sucesivo? De acuerdo con lo ilustrado, la fuga emancipadora se encontrará a través de incrementos significativos y perdurables de nuestras ventas al exterior. Fácil decirlo, complejo estructurarlo y visualizar el rol del sector público. Cada sector económico tiene su particularidad, pero podríamos dividir entre políticas con impacto fronteras afuera y otras con impacto interno. Entre las primeras, el norte sería mejorar nuestra posición en la governance dentro de cada cadena de valor, mayor negociación internacional, coordinación de misiones, estudios de demanda y de estándares de calidad, promoción y consolidación de marcas argentinas, condiciones para una mayor presencia y comercialización online, negociar con grandes cadenas externas la posibilidad de operar en Argentina a cambio de ubicar productos argentinos en góndolas de filiales externas, etc. Internamente, se debe insistir con la agenda de mejoras de infraestructura, financiamiento, educación, capacitación, agilidad y eficiencia de entes estatales, o incentivos fiscales progresivos a medida que se consiguen nuevos mercados internacionales y se los mantiene como tales. Y nada garantiza que medidas bien orientadas sean suficientes para el objetivo exportador.

Por más esfuerzo que se hagan para estimular las ventas al exterior, se pone en evidencia además que, como nación, nos enfrentamos a un trilema distributivo, que no es otra cosa que la vieja puja distributiva del valor agregado generado, pero incorporando el hecho de que, rasgo distintivo de los últimos años, existe una enorme cobertura de seguridad social que es financiada con impuestos, que en última instancia afectan la rentabilidad del sector productivo. Así, estamos condenados a elegir entre cobertura de seguridad social (en precios o cantidades), salarios reales formales elevados en términos internacionales (en relación con la productividad de nuestra economía) y competitividad en el sector productivo transable. En dosis elevadas, las tres opciones en simultáneo son imposibles de conseguir. La dinámica de estancamiento descripta proviene del sesgo reciente hacia dos de los vértices del triángulo: el aumento del gasto público financiado con una presión tributaria récord, y la apreciación del tipo de cambio real (con el consecuente incremento del salario formal en comparación a su productividad). Lógicamente, todo esfuerzo para hacer más eficiente la burocracia estatal descomprimirá, en su proporción, el impacto en la seguridad social. Si se quiere mantener la cobertura y los haberes de seguridad social y que el sector externo no cruja, por otro lado, deberá elevarse el tipo de cambio para licuar el costo salarial. O podemos insistir en el goce del estancamiento.

La falta de gimnasia exportadora se está conjugando con una falta de gimnasia política para intentar acuerdos y poner el desempeño exportador en el centro de la discusión. Y da la sensación de que evitar las implicancias de este trilema redundará en un diálogo poco fecundo para encontrar soluciones. La venta de espejos de colores es casi siempre redituable. Pero si queremos llegar a otro lado, tal vez haya que moverse.