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El VAR de la historia

Stendhal supo entender que los testigos de la historia lo son siempre de un modo parcial y no tienen un VAR que los asista.

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El VAR es un sistema de cámaras, monitores de video y vigías que asisten al árbitro en la toma de decisiones. Algunas facetas del juego, como el offside, se pueden determinar perfectamente desde la cabina del VAR. Otras, a pesar de la tecnología, están inevitablemente sujetas a una interpretación final por parte del árbitro. Se me ocurre que 78. Historia oral del Mundial, de Matías Bauso (Sudamericana) es una especie de VAR a gran escala, un intento de revisar cada aspecto de esa Copa del Mundo distinta de las otras.

El libro no celebra ni denuncia. En cambio, trata de utilizar a los testigos para reelaborar una memoria creada mediante un entramado de mitos. Bauso intenta devolverle al 78 un estatuto que no sea el de la culpa y la negación, que permita salir de un estigma: “El Mundial pasó de ser considerado la cumbre de nuestra historia futbolística a ser uno de los eventos infamantes de nuestra historia contemporánea”. Ya afirma: “Gran parte de lo que se cree saber sobre el Mundial 78 es erróneo”. El VAR de Bauso rectifica una cantidad de errores fácticos. Otros, como el supuesto soborno de los jugadores de Perú, quedará para la interpretación eterna.

Pero hay un mito principal que Bauso se propone reducir a su debida proporción: que el Mundial 78 fue concebido y ejecutado por la dictadura (y, de paso, ganado por la Selección argentina) para ocultar las violaciones a los derechos humanos. A cambio de esa simplificación torpe, crecientemente politizada a lo largo de los años, Bauso ofrece la minuciosa descripción de un proceso que estuvo atravesado por la contradicción y la incertidumbre, desde la demora en la construcción de los estadios a lo largo de ocho gobiernos diferentes a los avatares de la dirección técnica del equipo argentino, cuyo responsable estuvo cuatro años al borde de la destitución.

Si Bauso usa sus 150 entrevistas para hablar de política y de la sociedad argentina entre los 70 y la actualidad, el corazón del libro es futbolístico. Revive la agonía de Menotti en los años previos y recuerda que cada uno de los siete partidos que llevaron al campeonato fue un infierno. Pero también exhibe la pesadumbre de los protagonistas en los años posteriores, sometidos a la obligación de explicar por qué jugaron al fútbol durante la dictadura. Ecuánime, Bauso recoge algunas de las voces más miserables, como la del escritor que acusa a los jugadores de haber elegido “ser hamsters que corrían en sus rueditas en la pecera de vidrio”. Es sorprendente enterarse de que la trampa en la que temían haber caído los jugadores era, en cambio, que su vida hubiera sido imposible si perdían la final.

Stendhal tuvo la genial intuición de entender que los testigos de la historia lo son siempre de un modo parcial y no tienen un VAR que los asista. Viví el Mundial 78 sumergido en los partidos (como cuarenta años después lo hago en el que se disputa ahora) y vi la final por televisión con mi padre, al que nunca le interesó el fútbol e hinchaba por Holanda porque, aún sin información precisa sobre los desaparecidos, odiaba la dictadura. Leyendo la Historia oral de Bauso comprendí que el Mundial 78, que viví con tanta pasión, me había pasado por encima y nunca me enteré, por ejemplo, de que había ocasionado la mayor movilización de masas de la historia argentina.