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El velero en el río

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Un balance es un informe comparativo de lo hecho, en un año por ejemplo. Pero también, desde el punto de vista etimológico, es el movimiento que experimenta un barco de babor a estribor y viceversa. Si usáramos esta última definición para hablar de cómo está la educación argentina, podríamos considerarla un velero que se bambolea en un río “picado”, pero que la mayoría de las veces gira en falso y vuelve al mismo lugar.

Se hizo mucho, pero sobre todo se invirtió mucho dinero en educación en estos últimos años. No es la intención de este artículo entrar en la batalla de cifras. Si el Estado argentino superó o no el 6% del PBI en la educación. Sin tomar datos oficiales u opositores, se puede citar al Banco Mundial que asegura que el país invierte el 6,3% del PBI en el área. El problema no parece ser la falta de inversión.

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El tema docente es todo un paquete. La entrada en las aulas de las netbooks de Conectar Igualdad puso más en evidencia una grieta generacional importante y las carencias culturales y de formación de muchos docentes, pero por sobre todo, su falta de adaptación a los cambios y la necesidad de tener una mente abierta y librepensadora. En la Argentina no hay además suficiente investigación sobre pedagogía. La escuela, como formato, está en crisis en el mundo y nadie sabe a ciencia cierta si sigue siendo la herramienta para educar a las generaciones siglo XXI.

Se hicieron cosas este año en educación, pero se debatió poco. No hubo consensos sobre un tema que debe ser política de Estado. Se tomaron buenas medidas. No siempre de la mejor forma. Y la dirigencia política plena (oficialismo y oposición) sigue sin registrar, más allá de los discursos de barricada, la importancia estratégica de la formación ciudadana, la educación de los niños y los jóvenes y la urgencia de que la formación, como lo recomienda la Unesco, sea toda la vida.

La educación trae consigo soluciones para muchos de los problemas estructurales de un país que se desgarra en discusiones superficiales. Con educación no hay corrupción, hay solidaridad, convivencia, cuidado de los espacios públicos, límites y seguridad.

Tal vez una de las decisiones de política educativa más estratégicas que se tomó este año es haber convertido la sala de 4 años en obligatoria. La educación temprana es garantía de acceso a la educación y de mejora en los aprendizajes, sobre todo para los chicos de las familias más humildes. El problema es que se aprobó una ley como un trámite, no hubo debate público y tampoco se sabe bien cómo se van a garantizar docentes capacitados e instituciones para que la ley se cumpla. Ni una sola voz de la oposición se alzó para celebrar una medida que todos comparten.
En la Ciudad de Buenos Aires se creó un instituto para evaluar la calidad de la educación. Otra buena medida. El propio ex ministro de Educación nacional, que no es justamente macrista, Juan Carlos Tedesco, le había recomendado a la Presidenta que lo hiciera a nivel nacional. Allí salieron kirchneristas y sindicalistas a oponerse, denunciando un avance más hacia “el proyecto privatizador” de la educación de Mauricio Macri. Puras consignas. La Argentina se desangra en una guerra de consignas y de debates televisivos superfluos y actuados. Mientras tanto sólo dos provincias superaron este año los 190 días de clase previstos y la jurisdicción más numerosa en alumnos, Buenos Aires, perdió 20 días de actividad por conflictos docentes, mientras implementaba una controvertida reforma para ablandar el sistema de promoción en la primaria.
Pensar la educación implica profundidad, largo plazo y precisión en los análisis. En un año electoral como el que viene, se espera que la política deje de estar pendiente de la coyuntura para soñar con un país grande y soberano.

*Periodista y escritora.