COLUMNISTAS
UN PAIS EN SERIO

El voto Polaquito

La campaña no para, aunque no se sepa si CFK gana en las urnas o en Tribunales.

20170722_politica_000_QL5W0-edit
. | Cedoc Perfil
—Gana Cristina, eso está claro –digo, muy convencido.
—¿Dónde? –pregunta Carla–. ¿En Provincia o en Tribunales? ¿Contra Bullrich, Massa y Randazzo o contra Bonadio?
Me quedo pensando un rato, miro las encuestas que me acaban de traer y que están en el escritorio de mi oficina, en mi productora. Mientras tanto, Carla no saca la vista de su iPad.
—Todavía falta mucho –dice Carla–. Todo puede pasar.
—Las encuestas son todas muy subjetivas –agrego.
—Sí, ponele. Por no decir pagas, manipuladas, infladas. La única encuesta seria la vamos a tener el 13 de agosto.
—¡Pero ese día son las PASO!
—Justamente –confirma Carla–. ¿Qué son las PASO si no las encuestas más caras de la historia?
—¿Estás criticando nuestro sistema electoral? –me quejo–. ¡Vos le hacés el juego a la derecha! O al autoritarismo, o a la antipolítica, o a la antidemocracia… bueno, no sé, a alguien seguro le estás haciendo el juego.
—¿Y vos?
—¿Yo qué? –pregunto.
—¿Qué estás tomando?
Carla señala el vaso que está sobre mi escritorio.
—Una gaseosa, ¿por?
—¿Y qué estás comiendo?
Ahora señala el plato con papas fritas que está al lado del vaso, sobre mi escritorio.
—Papas fritas, ¿por?
—¿Y vos sabés quién hizo esa gaseosa y esas papas fritas? –pregunta Carla, con cara de enojo en ascenso–. ¿No será una empresa que reprime a los trabajadores?
—¡Eh!, bueno, yo…
—¡Le hacés el juego a Pepsico!
—Es que, no, yo…
—¡Ah!, y encima te hacés el que acusás…
—Es que… tenía sed… y hambre… y ganas de… antojo… papas fritas…
—¡Papas fritas manchadas con sangre de trabajadores! ¡Ya mismo la llamo a Myriam Bregman para contarle! ¡Te va a armar un escrache en la puerta de la productora!
—¡No, por favor! Te prometo que cambio la marca de gaseosa. Y también de las papas fritas. Es más, a partir de ahora voy a comer chizitos.
—¡Cuidado con los chizitos! ¡También son el enemigo!
—Bueno, está bien, mejor cambio a los vegetales orgánicos y el comercio justo –prometo.
—Más te vale. Mirá que si no, te mando a estudiar economía.
—¡No, por favor, eso no!
—Tranquilo, igual no hace falta.
—¿No?
—Para nada –responde Carla–. ¿No lo escuchaste a Duran Barba? Les aconsejó a los candidatos de Cambiemos que no hablen de economía.
—Me parece muy bien. La economía es un embole –reconozco–. A nadie le interesa la economía. ¿A quién le importa que aumenten las tarifas, el dólar, que los servicios estén carísimos?
—Eso. ¿Para qué hablar de economía cuando hay temas mucho más divertidos?
—¿Te referís a los fueros de De Vido? –pregunto–. ¿A la detención del contador de Cristina?
—No, hablo de los temas que realmente le importan a la gente: la supuesta infidelidad de Rocío Oliva a Maradona, la pelea entre Angel de Brito y la China Suárez, las fotos de Pampita y Pico Mónaco en una playa, los vestidos de Awada en los viajes de Macri al exterior…
—Pero ésos no son temas políticos y yo hago una columna política…
—Todo es político –responde Carla, muy seria–. Todo menos tu columna.
—Otra vez con las agresiones…
—Bueno, disculpá, no quise agredirte.
—¡Pero me agrediste!
—¡Te estoy pidiendo disculpas! –exclama Carla–. ¿O no sabés lo importante que es pedir disculpas? Si no se pudiera pedir disculpas, Randazzo no tendría nada para decir en su campaña. Dentro de poco va a decir que entre 2003 y 2015 él se tendría que haber ido a vivir a Malibú.
—Así es el peronismo…
—Lo de Randazzo, más que peronismo, parece perdonismo –dice Carla–. Un fiel seguidor de Juan Domingo Perdón.
—A mí me parece que siempre es bueno reconocer un error –admito.
—Por supuesto. Como el funcionario de Mar del Plata que comparó a las personas sin techo con perros, y después pidió disculpas.
—Un muy buen gesto.
—Sí, excelente. Y más si tenemos en cuenta que no es que dijo “no son como perros, son como ratas”. Un ejemplo de tolerancia y convivencia republicana.
—Eso sí es político –digo.
—Por supuesto. Además, a todo se le puede buscar la vuelta política.
—¿A la puntita de Latorre también?
—Claro. La clave está en saber formular bien una pregunta.
—No entiendo –admito.
—Por ejemplo, no es lo mismo preguntar “¿el tamaño importa?” que preguntar “¿el tamaño de la cocina de Tombolini importa?”.
—Pobre Tombolini, ¿no lo estaremos cosificando?
—Para nada –dice Carla–. El nos va a demostrar que es mucho más que una cocina bonita.
En ese momento entra Moira, mi secretaria, corriendo, bastante agitada.
—¡Tengo la noticia del año! –grita Moira, eufórica–. ¡Es una bomba, vamos a estar en todos los medios con esto!
—¿Qué pasó? –preguntamos con Carla, al unísono.
—¡Encontré a un pibe de una villa dispuesto a confesar los peores crímenes! –grita Moira, con la respiración entrecortada.
—¡Pero eso es ilegal! –dice Carla–. No podés exponer a un chico de… ¿qué edad tiene el pibe?
—Once años –contesta Moira.
—¡Pero estaríamos violando todos los derechos del niño! –sigue Carla–. ¿Once años? ¡Es una barbaridad! Seríamos peores que el cura Grassi si hacemos eso.
—Ya tengo todo listo: le blureamos la cara y no lo presentamos con su nombre y apellido, sino con su alias.
—¿Su alias? –pregunto–. ¿Y cómo le dicen al chico?
—El Rumanito.
—No sé, creo que nos putearían mucho. ¿Sabés qué opina la madre del chico?
—¿Y a quién le importa la madre del chico? –pregunta Moira–. Lo importante es el rating que vas a tener con este pibe. ¡Todo el país va a hablar de vos!
—Me parece un poco invasivo todo esto –admito–. No sé, creo que no está bueno…
—Pero mirá que el pibe tiene algo muy escabroso para confesar –insiste Carla.
—¿Se droga? –pregunto.
—Peor que eso.
—¿Robó?
—Peor que eso.
—¿Mató a alguien?
—Peor que eso.
—¿Peor? ¿Qué puede ser peor?
—Lee todas tus columnas.
Me enfurezco. Me levanto de la silla donde estoy sentado y estoy a punto de gritarle a Moira las peores barbaridades cuando suena el timbre de la puerta de calle. Moira va rápidamente a atender, tratando de evitar mi puteada. Abre la puerta y escucho que alguien le habla.
—¡Es la gente del Gobierno que viene a hacer el timbreo! –grita desde la puerta.
—¡Te salvó el timbreo! –le grito yo, conteniendo la bronca como puedo.
—Tranquilizate –me pide Carla–. Al menos tenés que admitir que en algo tenía razón: siempre puede haber algo peor.